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martes, 21 de noviembre de 2023

¿Quién necesita una trama?










Puede que rodearte de gente que te lea y que te apoye sea muy importante para ganar confianza en tu obra, pero no siempre es imprescindible. De hecho, me animaría a decir que es más importante rodearte de gente que te lea y que te tire la obra abajo, o hasta de gente que ni siquiera te lea (pero que igualmente disfrute de tirarte abajo todo lo que escribes). Gente cruel, envidiosa, sutilmente despiadada. Gente de esa que escupe veneno. Esa es la gente que realmente necesitas a tu alrededor para poder creer en lo que escribes. Para poder mantenerte en el camino. Pienso en ese cuento de Lorrie Moore que creo se llama “Cómo convertirse en escritora” o "Como hacerse escritora". El cuento está en el libro Autoayuda, que es su primer libro de cuentos, y es una maravilla, todo el libro lo es. En este cuento del que hablo, una aspirante a escritora asiste a varios seminarios de escritura creativa, y en ellos se topa una y otra vez con compañeros o profesores que sistemáticamente le tiran abajo lo que escribe, la mayoría de las veces sin argumentos sólidos y de mala manera. Le critican principalmente el hecho de que no trabaja bien el argumento (o la trama, según la traducción). Pero no se lo dicen como una crítica constructiva. Le dicen cosas como “no tienes sentido del argumento (o la trama)” o “tus argumentos (o tramas) son absurdos” o “ridículos”.
Es inevitable hacer un paralelismo entre lo que escribe la aspirante a escritora del cuento y lo que escribe la autora, Lorrie Moore. 
Puede parecer, en efecto, que los cuentos de la autora estadounidense tengan muy poco argumento, o muy poca trama, pero son de lo más hermoso que he leído en mucho tiempo. Los cuentos de Lorrie Moore son infinitos, son unos cuentos potentes y crueles (con sus personajes), con un humor negro que a veces desanima, porque el lector no ve ni un ápice de esperanza para esos personajes que andan perdidos por la vida. ¿Y quién no anda perdido por la vida?
Pero son cuentos de una potencia suprema. Además, ¿quién necesita una trama cuando se puede acceder, a través de una imagen clara, profunda y terrible, a un fragmento de la vida de esos personajes tan complejos, tan ambiguos, tan extraviados? "Los argumentos son para los muertos", dice la escritora en ciernes del cuento que menciono más arriba. Una maravilla. Copio un fragmento para que se me entienda y se la entienda:

    En tu clase de Lengua y Literatura del instituto, mira la cara del señor Killian. Llega a la conclusión de que las caras son importantes. Escribe unos tercetos sobre los poros. Esfuérzate. Escribe un soneto. Cuenta las sílabas: nueve, diez, once, trece. Decide experimentar con la ficción. En esto no hay que contar las sílabas. Escribe un cuento corto acerca de una pareja de ancianos que se matan el uno al otro de un tiro por accidente, a consecuencia de una avería inexplicable de una escopeta de caza que una noche aparece misteriosamente en su cuarto de estar. Dáselo al señor Killian como trabajo de fin de curso. Cuando te lo devuelve, ves que ha escrito: «Algunas de tus imágenes están muy bien, pero no tienes sentido del argumento». Cuando estés en casa, en la intimidad de tu dormitorio, escribe a lápiz con letras tenues bajo sus comentarios en tinta negra: «Los argumentos son para los muertos, cara de cráter».

Ya desde el principio, desde que está en el instituto, la aspirante a escritora tiene que luchar contra todas esas fuerzas antagónicas que la hostigan y le ponen trabas injustificadas en su camino hacia una escritura fresca, renovadora, inteligente, hasta me atrevería a pronunciar esa palabra tan desgastada: original. En ningún momento hay nadie que la apoye: ni su familia, ni sus amigos, nadie. Pero ella tira para adelante. Sigue creando. Y, lo más importante, sigue haciendo lo mismo, cuentos sin argumento (trama) aparente. Ahí está depositada toda la confianza en la propia obra. 

Por eso, quizás, sospecho que no hay que rodearse de gente benévola, sino más bien acercarse sin reparos a todas esas bestias venenosas, a esas voces que creen tener la verdad absoluta. Diría casi que, para poder crear algo importante, hay que alimentarse de esas opiniones, meras opiniones, maliciosas. Y luego hacer todo lo contrario.
Es importante mostrar lo que uno escribe y exponerse, sí, pero mostrárselo no solo al aliado sino también al oponente, y siempre con la actitud estoica de la aspirante a escritora del cuento de Moore. Seguir escribiendo a pesar de todo, con rabiosa insistencia. Y seguir adelante así, sin argumento, sin trama. Quizás así se pueda crear algo que valga la pena. Al fin y al cabo, los argumentos son para los muertos.

martes, 25 de agosto de 2020

Día 72

Fotos antiguas de niños fumando - Friki.net

Bajo la sombra insuficiente de un toldo rojo desvaído, el escritor que ya nada escribe espera y sonríe, o sonríe y espera, y aunque su sonrisa permanece oculta detrás de una mascarilla de tela con motivos musicales, cualquier observador perspicaz podría intuirla por esas pequeñas arrugas que se forman alrededor de los ojos por acción de los músculos faciales. 

Un posible lector curioso podría preguntarse qué hace allí este personaje, qué es lo que espera y, lo más importante, por qué sonríe. Del mismo modo, un buen escritor podría imaginar múltiples e interesantes respuestas a estas preguntas. Pero como aquí no hay escritores de prodigiosa imaginación y los lectores son más bien improbables, bastará decir solamente que el escritor que ya nada escribe está allí, delante de la puerta del bar de la esquina al que va de tanto en tanto a imaginar que escribe o a leer, dilatando el momento, saboreando cada instante de su hora libre del día. Y allí, de pie, imagina que fuma un cigarrillo (no porque ahora esté prohibido fumar, sino porque él ya hace tiempo que dejó ese hábito dañino, pero como ya se sabe, uno nunca deja de ser fumador y ¡ay, cuánto le gustaría al escritor que ya nada escribe poder acompañar este momento con un cigarrillo!). Así que nuestro personaje aspira ese humo imaginario y luego, a la vez que cierra los ojos, lo exhala en un suspiro gozoso y sonríe (todo esto, siempre bajo la sombra del toldo y bajo el riguroso reparo de la mascarilla obligatoria, por supuesto). Luego, nuestro escritor que ya nada escribe entrará en ese bar al que tanto le gusta ir a leer o a imaginar que escribe, y se dispondrá a disfrutar de su hora libre del día y seguramente nada escribirá porque no tiene ninguna idea en mente, pero puede que charle un rato con el camarero mientras disfruta de un café con leche, o puede que lea una o dos páginas allí en su mesa habitual que está junto a la ventana y en la que ahora hay una bella señora de cierta edad demorando un café más de la cuenta (y esto no se dijo antes, pero el escritor que ya nada escribe está esperando también a que la señora se levante porque esa es la mesa que más le gusta). Después, volverá a casa con su libreta en blanco, pero igualmente contento de haber tenido este momento para él. Pero mientras tanto, deja correr el tiempo allí en la puerta, porque ese momento previo también es parte importante de su hora libre del día y también complementa en un todo armonioso la belleza del instante que le toca vivir. Aunque si la cosa con la señora que demora el café más de la cuenta se alarga mucho, piensa nuestro personaje, lo único que podrá hacer es disfrutar de estar allí, de pie, e imaginar que fuma. Pensar en esto hace que su sonrisa que se intuye bajo la mascarilla obligatoria se borre y, ahora, impaciente, le hace señas con disimulo al camarero para ver si puede hacer algo con respecto a la situación con esa señora tan desconsiderada. La sombra del toldo rojo desvaído es refugio cada vez más insuficiente ante el sol inclemente de este mediodía y nuestro escritor prefiere que la hora libre se pase en el interior fresco del bar. Con este calor, desde luego, no hay quién escriba. 

lunes, 3 de agosto de 2020

Día 71

Happy Birthday, My Dear Hedley |
Querido diario:
No es por poner excusas, pero hoy es mi cumpleaños y me gustaría que no fueras tan exigente conmigo. Así que, te aviso, hoy no voy a escribir nada de nada, solo estas líneas para que, en el caso de que alguien, allá al otro lado, las lea, se acuerde de comprarme un lindo regalo. 

lunes, 20 de julio de 2020

Día 69

Pañalea con amor: Historia de los pañales
20 de julio

El Escritor Que Hay En Mí me dice que ha vuelto a escribir en este diario de la preparación de la próxima novela. «No me hagas reír», le digo. «Si con esto de la paternidad no tenés tiempo ni para mear». Pero él me jura por la virgencita de Itatí que sí, que volvió a escribir, aunque lo que escribió no es gran cosa, dice. Le digo que espero que no haya mencionado nada sobre las razones por las que no escribía desde hacía tanto tiempo. «Eso sería poner excusas y a nadie le interesan las excusas», le digo. «A veces es mejor hacer como si nada. O mejor, hacer como si se estuviera retomando una conversación que se dejó inconclusa; continuar con un simple "como te iba diciendo..."».
Y él me dice que eso le recuerda mucho a esos reencuentros con los amigos de siempre, cada vez que volvemos a Buenos Aires. «En esos reencuentros», me dice, «la cosa funciona de una manera parecida: se retoman viejas conversaciones inconclusas desde donde se habían dejado la última vez, con un cariñoso "como te iba diciendo..."; como si no fuese necesario hacer un repaso de todo lo que nos sucedió durante el tiempo que estuvimos separados», me dice.
Y después me dice que le gusta mi idea de empezar así lo que ha escrito para este diario. «Puede ser un buen punto de [re]partida para retomar la hipotética relación con ese hipotético lector que se supone que está al otro lado de este diario. Además, creo que el tono trasmite cercanía y eso siempre es bueno», me dice El Escritor Que Hay En Mí, y se queda pensativo unos segundos. «Porque al final lo que hubo no es más que una mera interrupción, ¿no?».
Y yo me impaciento porque sé que el tiempo se agota y en breve habrá que volver a «lo otro», y le digo que no le dé más vueltas. «Dale», le digo, «que tampoco tenemos tiempo para andar filosofando. O lo escribís o no lo escribís». Y él, sin más, se sienta delante de la máquina, tacha la primera frase de lo que ya había escrito y escribe: "Como te iba diciendo...".

sábado, 26 de octubre de 2019

Día 67


Blog de Mariano Re
26 de octubre 
No le debo a nadie nada, pero sí, tal vez, debería pagar la deuda que tengo con este diario y escribir varias y extensas entradas, por todos estos días pasados en los que no escribí ni un solo verbo.
No me excuso. Aunque no voy a negar que he cuestionado mi compromiso con la escritura de este diario en más de una ocasión. Porque el motivo de mi abandono no ha sido otro que el abandono mismo. Me abandono a la vida y esta me arrastra en su cauce. Me sacudo entre troncos y piedras y otros desechos que también son arrastrados por el caudaloso discurrir de la vida. 
Pero bueno, veo que me estoy poniendo demasiado poético y lo que quería decir es que han pasado muchos días y cada vez que pasaba por delante de mi computadora la miraba de reojo, haciéndome el desentendido. Lo más probable es que no tuviese nada que decir. Eso es todo. Y aunque ahora tampoco tengo nada para decir, por lo menos algo digo. Digo que no digo nada, que es mucho más de lo que otros pueden decir.
Postdata: al menos en estos días en los que no escribí nada, tuve tiempo para leer Solenoide, de Mircea Cârtârescu, y creo que me explotó una venita en alguna parte del cerebro, que desató en mí una felicidad desconocida. Estuve a punto de salir a visitar las inmobiliarias de mi ciudad, para ver si alguien alquilaba una casa que tuviese enterrado debajo de esta un solenoide, y así poder flotar por mi habitación con solo apretar un interruptor. Menos mal que unos amigos me disuadieron alegando que probablemente me habrían sacado a patadas de las inmobiliarias. Así que me quedé con las ganas. 


viernes, 20 de septiembre de 2019

Día 65

Mariano Re - Vidas Pasadas

20 de septiembre

Las plantas que puse hace un tiempo en mi estudio, con la intención de decorarlo un poco, están cada día más grandes y frondosas. Parece que les gusta su nuevo hogar. No soy un gran cuidador de plantas, pero me siento orgulloso con el resultado. Una, la más grande, la he tenido que quitar del estudio y ponerla en el salón porque ocupaba ya demasiado lugar y me desconcentraba; y además me hubiese impedido, en el caso de que esto suceda algún día, poder bailar de contento cuando escribiese algo genial e inteligente (todavía sigo a la espera). Pero, como decía, estoy contento con el resultado. El estudio parece ahora más acogedor, más colorido. Eso sí, creo que aún falta algo en las paredes. Quizás podría poner alguna foto o algo así. Se me ocurre que podría poner una foto de Onetti que me gusta. Es una foto en la que el escritor uruguayo sale mirando a la cámara y apuntando con un dedo amenazador. Sería como tener a Onetti todo el tiempo mirándome y amenazándome con algo terrible si no escribo. Puede que la ponga delante del escritorio, para que me recuerde todos los días cuál es mi labor. Además, si le sumamos el mate que descansa en mi escritorio, le daría al estudio un toque rioplatense. Puede que hasta termine por poner unos tangos de fondo cada vez que me siente a escribir.   

viernes, 6 de septiembre de 2019

Día 62

Mariano Re

6 de septiembre
    Hoy, tres páginas completas (horribles, eso sí).
    Después me sentí tan completo, tan realizado, que decidí tomarme el día libre y me fui a la playa. Eso fue todo. Hay días que son así: simples y agradables. Y pienso que eso está bien. Que así tiene que ser. Tiene que haber equilibro en esta vida. No puedo concebir que todos los días sean duros y complicados. Días de arduo trabajo, llenos de obstáculos y de páginas en blanco, sin ninguna recompensa. Ni hablar. A veces uno tiene que tener sus tres páginas (horribles), que lo hagan sentirse útil, y luego poder tomarse el resto del día para contemplar la vida y poder digerir todo lo demás.
    Por eso, hoy, aquí en la playa, lo contemplo todo. Lo contemplo todo con los ojos entrecerrados, porque la luz del sol es tan fuerte que me ciega. Lo contemplo todo a contraluz y pienso en los fuertes contrastes de la vida. Veo siluetas negras ir de acá para allá. Veo una sombra, con forma de pelota, que se eleva hacia el cielo y vuelve a caer. Y escucho risas y pedazos de conversaciones sobre historias de amor interrumpidas y sobre cómo preparar una buena lubina al horno, con romero y perejil. Todo esto se mezcla con el sonido del mar (esto queda un poco cursi, buscar otras impresiones). Y poco a poco dejo que los ojos se vayan cerrando. Que el estado contemplativo se vaya disolviendo y se vaya volviendo sueño. Y me dejo arrastrar por eso que podríamos llamar "siesta en la playa". Y antes de dormirme pienso en que no hay nada mejor que una siesta sobre la arena tibia despues de haber escrito tres páginas (horribles) y haber contemplado el mundo a contraluz.

lunes, 2 de septiembre de 2019

Día 61


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2 de septiembre
Por la mañana:
    Anoche tuve un sueño perturbador. Soñé que estaba parado delante de un cuadro con el nombre "verde sobre fondo blanco". Recuerdo que Rodrigo Fresán decía que a él le molestaban esas obras de arte que llevan por nombre "sin título" y a continuación un número. A mí, en cambio, lo que más me molesta son esos cuadros que llevan el tipo de nombre como el que se me apareció en sueños.
    En el sueño en cuestión, creo que no veía el cuadro en sí, sino que me veía a mí mismo mirando la placa con ese nombre: "verde sobre fondo blanco". Pero estoy casi seguro de que no vi el cuadro, ni tampoco los colores.
    Pero el sueño no lo recordé hasta bien entrada la mañana. Nunca me acuerdo de los sueños. Eso sí, me desperté con una extraña sensación. Una especie de necesidad de cambiar algunas cosas de lugar en mi estudio. No podía soportar tanto blanco. Así como está ahora, pensé, no voy a poder trabajar. Demasiado minimalista, demasiado blanco. Entonces me puse a mover muebles de una lado para otro y a pensar en qué cosas podría poner para decorarlo, y en ese momento me acordé del sueño que había tenido y de la extraña sensación que me produjo.

Por la tarde:
    Compré algunas plantas preciosas para poner en el estudio. El verde sobre el blanco queda estupendo. Creo también que con la nueva distribución de los muebles optimizo más el espacio. Tengo más aire alrededor para trabajar y quizás, quién sabe, poder bailar cuando se me ocurra una idea fantástica. Aunque la verdad es que, como me golpeé el dedo chico del pie mientas movía el escritorio y ahora me está matando el dolor, hoy no creo que baile, por más que se me ocurra una idea genial. Y, ahora que lo pienso mejor, tampoco creo que sea buena idea ponerme a trabajar porque estoy agotado de tanto arrastrar muebles de acá para allá. Pero seguro que mañana, con el nuevo estilo verde sobre blanco del estudio, me vendrá la inspiración. Fijo.

viernes, 30 de agosto de 2019

Día 60

post-vacaciones



















30 de agosto
Me despierto o intento despertarme. Me froto los ojos con el dorso de las manos. Bostezo y me desperezo.
Así arranco el primer día postvacacional. Un gran día por delante. Muchas cosas por hacer. Muchos planes. Pero lo primero, escribir. Sí, lo primero, he decidido, será sentarme a escribir en este diario que lleva mucho tiempo abandonado, acumulando polvo virtual, por el parón vacacional. Así es.
Entonces, me pongo a pensar. Pienso en cosas sobre las que podría escribir. Busco ideas para empezar. Necesito, pienso, algo que quede bien para un primer día de trabajo. Algo muy a lo "postvacacional". Porque ahora que he vuelto de las vacaciones, supuestamente recargado de energía (aunque todos sabemos que nadie nunca jamás descansa realmente en unas vacaciones), me he puesto varios objetivos que cumplir. Y es que una vuelta de las vacaciones no es otra cosa que una especie de "segundo año nuevo". Otro momento del año en el que uno se sobrecarga de un montón de metas por conseguir. Y para mí, una de esas metas es la de escribir más seguido en este "diario de la escritura de mi próxima novela" (es decir, lograr que efectivamente esto sea un "diario") y, por lo tanto, escribir más en la novela también. Dos objetivos terriblemente difíciles de conseguir, tengo que reconocer, pero a la vez muy inspiradores para este "segundo año nuevo" que es la vuelta de las vacaciones.
Así que esta mañana. Mientras me estoy sacando las lagañas (o las legañas, según desde el lado del atlántico que se mire) de los ojos, pienso en temas sobre los que podría escribir y me surgen muchas preguntas (¿eso es bueno?, fue lo primero que me pregunté). ¿Debería escribir sobre algo actual y polémico del tipo "la situación política actual en España"?, ¿sobre cómo la izquierda no se pone de acuerdo para formar un gobierno progresista, como habían prometido, mientras la derecha, de la mano de Pablo Casado (con nuevo look "barba corta" muy a lo Rajoy), se frota las manos, pensando que unas posibles elecciones no harían más que favorecerles? Esto fue lo primero que me pregunté, y una vocecita muy aguda y chillona me hizo retumbar la cabeza -que estaba todavía entumecida porque era muy temprano- gritando un terrible y sufrido "¡Nooo! ¡por favor, de eso no!". Así que le hice caso y seguí bajando en la lista de preguntas. ¿Debería, quizás, escribir algo sobre el fenómeno Rosalía que vuelve a estar en auge y, por enésima vez, vuelve a ser criticada y amada y admirada y otras muchas cosas más que brotan de la odiosincrasia general. Y nuevamente esa vocecita chillona y desesperante, pero muy acertada, se niega rotundamente a seguir la estela de ese ferry popular que va directamente a la deriva.
En fin. En todo esto voy pensando mientras me dirijo a la cocina a hacerme un café y cuando me siento delante de la pantalla me doy cuenta de que, con todo esto que llevo pensado hasta ahora, ya tengo bastantes palabras y que con esto me da perfectamente para publicar algo en este diario y seguir con todas las otras cosas que tengo que hacer hoy. Además ya estoy cansado de esa vocecita mandona que me grita todo el tiempo porque no le gusta lo que se me ocurre. Mejor me guardo algunas preguntas más para mañana. No sea cosa que me quede sin ideas tan rápido.

viernes, 21 de junio de 2019

Día 54 (día 2)

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METADIARIO
Segundo día.

Sucedió lo que tanto me temía: Montauk ha vuelto a hacer de las suyas.
Pensando mucho en el dinero del premio del concurso de relatos, pero también pensando peligrosamente en un posible bloqueo creativo, Montauk ha materializado lo segundo y ahora no puedo escribir nada. Algunos llamarían a esto un bloqueo ante la página en blanco o simplemente quedarse en blanco. Pero para mí no hay nada de blanco en todo esto. Yo lo veo todo más bien negro. Un vacío oscuro en el que me muevo a tientas para encontrar una salida.
Recuerdo que en una entrevista le preguntaron a Borges cómo se le ocurrían las historias que escribía. Y él respondió que muchas veces le venía a la cabeza una frase, o un comienzo, o a veces incluso el final de una historia, y de ahí empezaba a escribir sin saber muy bien adonde se dirigía. Yo, en este momento, podría tener todas esas cosas juntas, e incluso algunas más, y aun así no podría escribir ni una linea. Pero, claro, Borges es Borges.
Lo único que me queda por esperar es que Montuak materialice alguna idea sobre cómo contar todo lo que quisiera contar sobre Montuak. Así que habrá que pensar en todo eso con mucha fuerza.

jueves, 9 de mayo de 2019

Día 49

















9 de mayo

Escribe Foucault: "más de uno, como yo sin duda, escribe para no tener ningún rostro". De esta afirmación obtengo un inmediata respuesta mental: la tensión - cada vez más arraigada en mí - entre, por un lado, adherir sin condiciones a la idea del filósofo francés y reafirmarme en mi posición de escribir "para no tener ningún rostro", y por otro, en cambio, someterme a la inseguridad y perseguir la línea cada vez más dominante de que lo escrito no vale nada si no se le pone un rostro. Face o no Face, esa parecería ser la cuestión.

martes, 2 de abril de 2019

Día 46

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2 de abril

Me gusta la idea de perder el tiempo para volver a encontrarlo. Es algo que me pasa seguido. Voy dejando el tiempo en cualquier rincón y después no me acuerdo dónde. Pero sucede que, pasados unos días o a veces semanas, de repente, lo encuentro. Como hoy que por fin encontré un poco de tiempo, como quien encuentra 10 euros, arrugados y mezclados con pelusa, en el fondo del bolsillo de un pantalón que hace rato que no se usa, y aproveché para usarlo en escribir estas líneas que no son mucho pero son algo.
Lo aprovecho para escribir que este último mes he perdido un montón de tiempo. Pero no me preocupa. Es algo normal cuando uno cambia de casa y de ciudad y tiene que pasarse mucho tiempo dando vueltas por el nuevo barrio para encontrarlo todo (no solo el tiempo). Nuevo supermercado para hacer la compra, nueva panadería, nueva plaza con un rincón para leer, nuevo bar al que ir a escribir.
Esto último no tan fácil. Hasta que uno da con el lugar indicado pasa algún tiempo. Y es que el sitio tiene que reunir ciertos requisitos fundamentales. La combinación justa de ruido y calma. La mesa con la luz indicada. La corriente de aire precisa para no morir de pulmonía pero tampoco terminar asfixiado por los vapores de la máquina de café. Hasta ese momento perdemos mucho tiempo que se va quedando por ahí y que nunca recuperaremos. Pero no puedo negar que toda esa búsqueda de nuevos lugares donde también se perderá nuestro preciado tiempo me atrae. Tiene algo que no puedo explicar, como lo tienen la mayoría de las cosas que me gustan. Quizás por eso me muevo tanto ¿quién sabe?

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Día 33

Lectura y Locura | “Esperando a los bárbaros” de John M ...

12 de septiembre

El escritor está sentado en su escritorio. La luz de la mañana, que entra por la ventana del estudio, cae sobre los libros de la estantería. El efecto que producen los rayos que atraviesan, oblicuos, las ramas del níspero que está al otro lado de la ventana, creando sobre los lomos de los libros una especie de juego de sombras y luces, le parece hipnótico.

El escritor se queda un rato mirando este espectáculo de sombras chinescas. Es un modo como cualquier otro de distraerse, piensa, y así no pensar en que no se le ocurre nada para escribir. Mejor esto que la ansiedad. Mejor esto que tener que salir corriendo a buscar al baño las pastillas aquellas que evitan que el fuego crezca.

Así que el escritor prefiere mirar fijo la luz hasta que le duelen los ojos. Mirar para luego describir la sensación que esto le produce. Reproducir esa sensación en el cuaderno no tanto porque crea que ahí puede haber una historia, sino más bien, como ya se dijo, para distraerse un rato más y olvidar del todo la idea del botiquín y del frasco de pastillas. Escribir es mejor, piensa. Aunque a veces...

Ahora vuelve a mirar fijo la luz y cuando vuelve la vista hacia el cuaderno allí está de nuevo esa mancha, residuo de la intensidad de la luz en la retina. Es una mancha verde y a veces roja. No es una sensación desagradable. Por el contrario, parece provocar un efecto tranquilizador en él el hecho de escribir sin ver exactamente lo que está escribiendo. Y en seguida, no sabe muy bien por qué, quizás porque las cosas que guardamos en el subconsciente dejan también allí una mancha asociada a un recuerdo, el escritor se acuerda del personaje principal de Esperando a los bárbaros, la novela de Coetzee. Aquel magistrado que en vano intenta hacer entender a los militares obtusos del Imperio que los bárbaros, que habitan cerca de su frontera, no son una amenaza. Que siempre estuvieron allí y que, además, aquellos son sus territorios y nunca lograrán echarlos como pretenden. Aquel magistrado, soñador, que quizás se siente un poco culpable por haber dejado que los militares torturasen incluso a niños en su pueblo y que, tal vez por la misma culpa, toma bajo su tutela a una mendiga bárbara y la devuelve a su pueblo no sin antes (o quizás precisamente por esto) haberse enamorado de ella. Aquel magistrado que, como repite todo el tiempo, lo único que quiere es terminar sus días en paz, pero que al final los termina siendo una especie de vagabundo muy parecido a los que aparecen en los libros de Beckett, aunque quizás un poca más cuerdo. Pero quién puede asegurarlo.

Y el escritor, pensando en cómo acabo asociando ese recuerdo a este momento particular, se pregunta si no tendrá él también que darse cuenta de que sus bárbaros internos tampoco son una amenaza y que siempre han estado ahí. Habría que aprender a convivir con ellos aunque sus costumbres sean tan ajenas a lo que uno esperaría. Porque tal vez sea como dice el magistrado que "el dolor es la verdad, todo lo demás está sujeto a duda".

Y aferrado a esa teoría, el escritor vuelve a mirar la luz que cada vez se vuelve más intensa a medida que se acerca el mediodía. La mira fijo hasta que el dolor de los ojos sea la verdad y que lo demás sea sólo la duda. Nada más.

Mejor la duda y la distracción que las pastillas. Aunque no haya nada para contar.

miércoles, 18 de abril de 2018

Día 8

nadadora

18 de abril

A este cuaderno le quedan pocas hojas vacías. Hace días que debería haber salido a comprar uno nuevo, lo sé, pero no me dio la gana. Además, el tiempo no ha acompañado mucho, a decir verdad. Hoy, en cambio, hace un día encantador para salir a pasear. Así que puede que hoy sea el día indicado para comprar ese cuaderno que tanto se hace esperar y así dejar, de una vez por todas, de reciclar hojas sueltas que luego acaban perdidas o en la basura.

Hoy hace un día estupendo, decía, y es así en todos los sentidos. Porque hoy logré escribir una página entera. Como diría Cesar Aira: «con una paginita al día me conformo, porque al final del año tengo 365 páginas y eso es una novela».

Por supuesto que mi "paginita" de hoy no es como la paginita de Aira. Si me pongo riguroso, de mi paginita puede que quede un párrafo, quizás apenas una idea o puede que únicamente un adjetivo que me gusta. Pero como hoy el día es maravilloso, me siento optimista y digo que sí, que tengo una página entera. Una página más. Ahí lo dejo.

Ahora me voy a comprar el cuaderno y luego a la playa: Quien sabe. Tal vez esa paginita se convierta en dos o en tres. Aunque lo mejor es no emocionarse. Lo más probable es que con el baño en el mar quede demasiado cansado como para empezar el nuevo cuaderno. 

miércoles, 11 de abril de 2018

Día 5

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11 de abril

Incompatibilidades en la vida de un escritor:

1- Comer un puchero y luego acometer la imposible tarea de corregir aquel párrafo que te ha inquietado durante toda la mañana.

2- Que vengan un par de amigos a tocar el timbre para tomar unos mates justo cuando creías haber encontrado un par de horas libres para, por fin, empezar un nuevo capítulo (y si encima traen unos bizcochitos dulces ya se arruinó todo por completo).

3- Dar por sentado que esta noche sí, esta es la noche en la que, en lugar de irte a tomar unas birras con amigos, te vas a sentar a pasar en limpio todas esas páginas que se van acumulando en el cuaderno desde hace algunas semanas.

Iluso.

Continuara...

viernes, 30 de marzo de 2018

Tentativa de escribir un diario del proceso de escritura de mi segunda novela.

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30 de marzo.

Elijo este día, pero podría haber escogido cualquier otro. No hay nada de especial en eso. Es más, podría incluso haber esperado un par de días más para hacer coincidir el comienzo de este diario con el primer día del mes de abril. Pero no. Empiezo hoy. Y si tuviera que dar una respuesta, elegiría una que, aunque da la impresión de cerrada y rotunda, está, en cambio, cargada de posibilidades: porque sí. 

Es hoy el día en que empiezo este diario de la escritura de mi próxima novela que lleva el título provisorio de Vidas pasadas. 

Y aunque este diario empieza hoy, la idea de la novela en realidad surgió hace tiempo. No son procesos simultáneos.

Por el momento, no tengo demasiado que decir. Ya tengo trabajada la idea general de la historia y tengo también algunas fichas con fragmentos aislados de cosas que se me ocurren. No es mucho pero sobre ese material trabajo. O, mejor dicho, con eso hago lo que puedo. Del tema hablaré más adelante.

Por hoy esto es todo. Vamos de a poco. Espero que nadie estuviese esperando nada demasiado profundo. Esto es simplemente la tentativa de escribir un diario sobre la escritura de la novela, y hay que saber que mientras uno está escribiendo una novela no todos los días salen cosas geniales, ni siquiera cosas útiles. Es más, me atrevería a decir que la mayoría de los días no sale nada de nada. O lo que sale es pura rabia por la impotencia de no poder escribir nada de nada.

Hoy, por ejemplo, apenas retoqué un poco esa especie de esbozo que tengo de lo que, creo, será el primer capítulo. Nada más. Con eso me conformo. Además, ya estoy agotado.

Cierro aquí. Adieu.