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lunes, 22 de julio de 2019

Día 58

Cotilleos, Mariano Re
22 de junio

De la novela nada de nada. No hay caso. Cada vez que intento ponerme a trabajar en ella empiezo desde el principio. Solo se me ocurren variaciones del principio. No hay manera de que pueda continuar desde donde lo había dejado. Las escenas nuevas que debería estar construyendo se me escapan, se diluyen en el mismo momento en que me siento a trabajar. Por lo tanto, he decidido dejar de pensar en la novela y dedicarme a desarrollar otras ideas que hace rato me están rondando por la cabeza. Sobre todo para unos cuentos. Algo de respiración corta, asmática. Eso es lo mío últimamente (es que me ha atacado una tos bastante importante y no se me va). Creo que es lo mejor para no sentir que me quedo estancado o que empiezo las cosas una y otra vez. A veces ese tipo de obsesiones cansa y no sirven de nada. Es como cuando alguien te dice algo con mala intención y te vas a casa sin haberle respondido nada, pero le das mil vueltas a todo lo que tendrías y podrías haberle dicho, y te pasas así las siguientes horas formulando y fabulando las frases más ingeniosas y certeras que nunca salieron de tu boca en el momento adecuado.
Pero me estoy desviando. Volviendo al tema de los cuentos, hoy por ejemplo me pasé toda la mañana retocando unos cuentos viejos que tenía archivados. Los releí y no estaban tan mal (no sé si está bien que lo diga yo), así que me dispuse a arreglarlos. Digo que pasé toda la mañana pero es mentira. En realidad fueron solo un par de horas. La otra parte de la mañana la pasé en la puerta de calle, charlando con Rosi, la portera del edificio nuevo en el que vivo. Me contó un montón de cosas interesantes sobre los vecinos. Cosas que, en realidad, me decían mucho más sobre quién era ella que sobre quién eran mis vecinos, pero bueno. La cuestión es que me puso al día de cómo están las cosas por el vecindario. Para que me vaya enterando de dónde me metí, me dijo Rosi. "No crea que me gusta hablar mal de la gente", agregó. Y después me advirtió sobre ciertas malas compañías que visitaban a la chica del tercero, y sobre los ruidos extraños que se escuchaban los domingos por la tarde en el segundo piso. No supe a qué se refería con eso de "ruidos extraños", pero puede que lo compruebe más adelante, algún domingo. Así que me entretuve un buen rato con las historias de Rosi. Y hubiésemos seguido charlando si no fuese porque en un momento nos interrumpió mi nuevo repartidor de agua embotellada, con quien yo todavía no tengo ninguna conexión, pero al parecer Rosi sí, porque en seguida me dejó en mitad de una frase y se fue detrás del repartidor, y lo acompañó en su recorrido por todos los pisos y le reía los chistes con unas carcajadas que me parecieron muy desproporcionadas.
De cualquier manera, me alegro de poder ir haciéndome al barrio y a su gente. Estoy seguro de que no pasará mucho tiempo antes de que pase yo también a formar parte de las historias de Rosi. No me extrañaría que ahora mismo estuviese escuchando detrás de mi puerta el golpeteo de las teclas de la computadora y que esté haciendo conjeturas sobre ese ruido extraño que se oye en mi casa. Después, seguramente, se lo contará a otro vecino y ahí sí, definitivamente, pasaré a ser uno más. Y tengo que admitir que eso me reconforta. Es un buen modo de convertirse en personaje.

lunes, 8 de julio de 2019

Día 56 (bis)

Levrero (Mariano Re)













8 de junio
Me aburro.
Leo, pero no me concentro. Me duele el cuello. Tampoco logro sentarme a trabajar, así que doy vueltas por la casa. Hago cosas rutinarias para olvidarme de que me aburro y de que me duele el cuello. No funciona, sigo aburrido y dolorido. Me pongo a hacer unos ejercicios para estirar el cuello, pero el alivio dura solo unos segundos. Me siento, me levanto, me vuelvo a sentar. Me siento culpable por no estar escribiendo, así que me siento a escribir. En realidad escribo más bien por puro aburrimiento. Me pregunto si servirá de algo y en seguida me viene a la cabeza una frase de Mario Levrero que decía que "vale la pena llegar al aburrimiento, tocar el fondo en el aburrimiento, porque de ahí nacen los impulsos correctos". Ahí mismo se me relaja el cuello y me dejo llevar por el aburrimiento, me abandono hasta tocar fondo en el aburrimiento y espero a que nazcan en mí los impulsos correctos. Espero saber reconocerlos cuando lleguen.

jueves, 27 de junio de 2019

Día 55

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27 de junio

Hoy estuve revisando lo que llevo escrito en este diario y sí, efectivamente me he alejado del propósito inicial que era el de llevar un diario de la escritura de mi próxima novela. Lo que tengo hasta ahora es, como mucho, un diario de la escritura de mis neurosis. Pero no se me puede criticar. Ni siquiera yo mismo me critico. Porque creo que tal vez, de un modo u otro, pueda rescatar algo de todo esto. Quizás no me sirva como diario de la escritura de la novela que estoy intentando (aunque a un ritmo extremadamente lento) escribir. Pero puede que en algún momento me sirva como diario de otra novela, o de lo que sea. No hay que descartar nada. Eso me dice mi instinto.
En principio, lo que sí debería hacer es empezar por pedir disculpas a aquellos amigos que supieron ver mi deriva y me advirtieron de que la cosa estaba naufragando. Aquellos a quienes en ese momento di la espalda, alegando que TODO tenía que ver con la novela. Lo acepto y rectifico.
Ahora, me propongo arrojarme osadamente a esas aguas revueltas y buscar el modo de volver a encauzar esta barca. Pero no puedo prometer nada. Así que mejor les aviso, desde ahora, a aquellos posibles lectores a quienes pueda incomodarles mi desvarío, que tal vez nunca encuentre el camino de vuelta y que esto siga siendo un simple diario de neurosis y cosas completamente alejadas de la novela; pero siempre cosas muy cercanas a una posible obra de vida. Sólo por si acaso alguna vez se me ocurre, como a Proust, lanzarme "Á la recherche du temps perdu". Voilà.




viernes, 24 de mayo de 2019

Día 51

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24 de mayo

Hace varios días escribí por ahí que creía que últimamente había dejado de copiar a otros para copiarme más a mí mismo. Entonces me acordé de que, en la época que viví en Bolonia, se me había dado por pensar que todo lo que yo escribía era una copia fiel del estilo de William Faulkner. Creía con ingenuidad que muchas de mis frases también eran hermosas, largas y sinuosas, subordinada tras subordinada, como las de el escritor norteamericano. Pero ahora que leo mucho más y mejor a Faulkner, me doy cuenta de que el pobre Faulkner nunca fue una victima seria de mis intentos de copia. Por más que me duela, cuando releo aquellos cuadernos, me doy cuenta de que nada tenían que ver mis frases largas e inconexas con la sintaxis maravillosa de este. Y, probablemente, si Faulkner hubiese estado vivo mientras yo vivía en Bolonia, y yo hubiese tenido la oportunidad de enviarle una carta al escritor norteamericano, diciéndole que siempre lo había admirado y que había intentado copiarlo y, además, le hubiese enviado, junto con la carta, una muestra de mi escritura, fiel copia de su estilo, estoy seguro que Faulkner se habría atragantado con el humo de su pipa y con sus carcajadas, y se habría muerto allí mismo, con mi carta en las manos, de la risa. Menos mal que nunca tuve la oportunidad de hacerle llegar esa carta.
Tal vez no se entienda mucho lo que quiero decir con todo esto. Por suerte para mí, si alguien me preguntase qué he querido decir con esto, podría responderle con una frase del propio William Faulkner quien, cuando en una entrevista le preguntaron sobre qué pensaba de que mucha gente, después de haber leído sus libros hasta tres veces, dijese que aún no los entendía, Faulkner le respondió que deberían leerlos una cuarta vez. Así que ya saben, si alguien no ha entendido después de haber leído esto tres veces, que me lea una cuarta. Y listo.

lunes, 13 de mayo de 2019

Día 50

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13 de mayo
Para escribir, cada uno tiene su método. El mío diría que es el método de lo fragmentado. No es casual. Vivo fragmentado, pienso fragmentado y por lo tanto escribo fragmentado. Vida y ficción se entrelazan. Desde muy chico he tenido una vida fragmentada (o quizá deba decir muchas vidas) y eso se refleja inevitablemente en lo que escribo. Mi escritura, pienso, es un reflejo de los caprichosos fragmentos de mi historia.
Así, cada vez que me siento a escribir en la novela, lo hago no siguiendo desde dónde lo había dejado la última vez sino, más bien, partiendo de alguna idea que había previamente anotado en alguno de mis cuadernos (también me he acostumbrado a fragmentar lo que escribo en distintos cuadernos) o en este diario. Estas ideas, por supuesto, no se corresponden con lo que venía escribiendo hasta el momento sino que pueden ser parte de algún capítulo posterior, que aún no he escrito pero que ya tengo en la cabeza. Por lo tanto, puede que tenga escrito el capítulo uno y luego el nueve cuando aún no he completado el dos o el tres. Es entonces cuando me doy cuenta de que la ficción termina siendo exactamente como la vida, una serie de fragmentos sueltos, atomizados, que giran en torno a una idea principal (aunque nunca fija) y que uno no puede hacer otra cosa que ir uniendo estos fragmentos en una especie de patchwork bastante frankensteiniano (y por lo tanto muy romántico), hasta finalmente, con un poco de suerte, tener algo que se parezca a un todo, a una novela o a la vida misma.

jueves, 9 de mayo de 2019

Día 49

















9 de mayo

Escribe Foucault: "más de uno, como yo sin duda, escribe para no tener ningún rostro". De esta afirmación obtengo un inmediata respuesta mental: la tensión - cada vez más arraigada en mí - entre, por un lado, adherir sin condiciones a la idea del filósofo francés y reafirmarme en mi posición de escribir "para no tener ningún rostro", y por otro, en cambio, someterme a la inseguridad y perseguir la línea cada vez más dominante de que lo escrito no vale nada si no se le pone un rostro. Face o no Face, esa parecería ser la cuestión.

viernes, 26 de abril de 2019

Día 47

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26 de abril

Muchacha desnuda sentada en el olvido
                                   
                                           A Alejandra Pizarnik

Sentada desnuda,
tus pies descalzos no llegan al suelo,
tu pelo revuelto es lo único que cubre una parte de tu cuerpo.
Un cigarrillo, eterno apéndice de tus labios, alza un muro de humo
que esconde tu mirada lúcida, sombría.
Tu voz ronca se disimula detrás del deseo de las palabras
o de las palabras del deseo y a lo lejos te veo
y te grito ¡Alejandra!
Y vos, desnuda, desde el olvido,
levantás una mano
y me saludás.

lunes, 11 de marzo de 2019

Día 45

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7 de marzo

En las últimas semanas he tenido la oportunidad de comprobar que una mudanza podría perfectamente acabar con la vida de uno. Se corre el riesgo de terminar fragmentado, atrapado, cuidadosamente empaquetado en una de las demasiadas (muchas más de las que se había previsto) cajas de cartón, etiquetadas con marcador negro.
Lo que es seguro es que dentro de esas cajas y bajo esas etiquetas con pretensiones categorizantes, siempre, sin excepciones, una parte de nuestra vida desaparece. Así, sin más, se esfuma a pesar de todos nuestros esfuerzos por compartimentar y clasificar del modo más concienzudo nuestro pasado y presente para transportarlo hacia un futuro incierto.
Todo esto me ha llevado a pensar que una mudanza es en realidad una actividad de lo más postmoderna, en la que uno deconstruye su vida hasta el momento para luego intentar reconstruirla. 
Es esa nueva construcción/organización de las cosas la que pone en evidencia que lo que hasta ahora se presentaba como realidad objetiva no sino una parodia. 
Porque al la hora de desempaquetar nos damos cuenta de que todo aquello que tanto sentido parecía tener a la hora de etiquetar las cajas, ahora no es más que pura palabrería que en nada representa el contenido. Y así, nos encontramos un cepillo de dientes dentro de la caja que lleva escrita la enigmática frase "utensilios de cocina más a mano" y el destino de ese pobre cepillo puede acabar siendo el estante de la alacena, junto al café o el arroz, o el escurridor de los cubiertos. 
Lo único que podemos sacar en claro es que todo lo que hasta ahora ha sido ya nunca volverá a ser, o lo que es peor, nunca realmente ha sido. 
A partir de ese momento comenzamos a aceptar con sumisión que mudarnos no es simplemente cambiar de domicilio, sino más bien dejar cosas atrás, como la serpiente que muda su piel y abandona esa funda escamosa para continuar su camino. Así, nosotros también abandonamos, resignados, ciertas cosas (cosas que creíamos que habían estado allí en nuestra vida anterior), cosas que ya no están (como aquellos zapatos que estamos seguros que habíamos guardado dentro de la caja que lleva escrito precisamente "zapatos" en letras grandes y negras) y nos cuestionamos si alguna vez han estado o si han sido producto de nuestra imaginación creadora.
En fin, supongo que sólo es cuestión de asumir que nuestra vida tal y como la conocíamos desaparecerá en la mudanza. Eso si tenemos suerte y no desaparecemos nosotros por completo.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Día 43
















14 de diciembre
Sin querer pero en el fondo queriendo, estuve en los últimos días siguiendo uno de los consejos de Roberto Bolaño sobre el arte de escribir cuentos.
Según Bolaño, uno nunca debería escribir los cuentos de uno en uno porque se corre el riesgo de quedar atascado y estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de nuestra muerte. "Lo mejor", decía Bolaño, "es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve o de quince en quince".
Precisamente por miedo a quedarme atascado, me puse el otro día a escribir algunas cosas que me andaban dando vueltas por la cabeza hacía rato y que al final terminaron por convertirse en algo así como una idea para otra novela o para un libro de cuentos o lo que quiera ser.
Surgió como un título y ahora tengo varios bocetos que pueden, lo presiento, degenerar en cualquier cosa.
El título que se me ocurrió es " Fotografías aberrantes tomadas a esa hora en la que todavía no ha oscurecido del todo". un título bastante proniano, tengo que aceptar.
De ahí surgieron un montón de otras cosas horribles, pero en definitiva esa era la idea que venía con el título, es decir, que todo fuese un poco horroroso y que las cosas sucediesen en ese límite impreciso y frágil entre la luz del día y la insondable oscuridad que acecha del otro lado. Flotando, entre medio, aparecerían quizás unos monstruos aberrantes no de esos que se esconden en los armarios o debajo de las camas y que asustan a los chicos, sino más bien esos otros que caminan a nuestro lado y que en apariencia nada raro tienen, pero que son muy pero muy espeluznantes por dentro.
Y así de horrible, horroroso, horripilante y asqueroso sería todo, pero en definitiva muy cotidiano.
El problema mayor de todo esto es que en ningún momento, en sus consejos, Bolaño hablaba de lo que es escribir las novelas de dos en dos o de cinco en cinco ni del problema que esta empresa puede traer para quien la emprenda. Porque ahora me veo metido en el tremendo lío de la escritura en simultaneo de dos proyectos amplios y todo empieza peligrosamente a mezclarse y a enredarse hasta el punto de no saber muy bien dónde estoy parado.
Pero a riesgo de terminar aún peor, por ejemplo de terminar escribiendo novelas de nueve en nueve, creo que continuaré así sin plantearme mucho si un personaje atraviesa la linea y termina participando en la acción de una escena de la otra novela. Como mucho puede que termine ampliando todavía más el título y juntando las dos novelas en algo aberrante. En definitiva, lo importante es escribir.

lunes, 29 de octubre de 2018

Día 39














Pensaba hoy en lo íntimo y lo público en la escritura. Y mientras le daba vueltas a la cosa me acordé de una frase de Enrique Vila-Matas que decía “Escribir es dejar de ser escritor”. Una frase, como casi todas las de Vila-Matas, que nunca sabré si se le ocurrió a él o, en cambio, la tomó prestada de algún otro escritor, algo que hace habitualmente. En este caso me parece que es más bien lo segundo. Porque al tiempo de haberme cruzado con la frase de Vila-Matas di con una entrevista que le hicieron hace varios años a otro escritor que admiro, Fogwill, en la que el argentino decía algo parecido: “Escribo para no ser escritor”.
Pero sea de quien fuese, desde la primera vez que di con ella, la frase me interesó mucho. Porque en definitiva, lo que viene a decir es que uno no puede estar haciendo dos cosas a la vez. Sobre todo cuando se trata de escribir. Y es que el acto de escribir deja poco tiempo para que, además, uno vaya por ahí (cuando digo por ahí, me refiero a las calles o las redes) haciéndose el escritor. Escribir es una actividad íntima y muy solitaria. Implica, como mínimo, pasarse horas y horas solo y encerrado, escribiendo o leyendo.
Y cuando uno no está enfrascado en esta actividad íntima y solitaria, muchas veces se la pasa caminando, con la mirada clavada en las baldosas, y pensando como un loco en las cosas que está escribiendo. Dándole vueltas a una frase que se empeña en quedar horrible o una escena que no termina de encajar en ningún lado.
Del otro lado, y en oposición a está imagen del escritor enfrascado en un mundo íntimo y solitario, escribiendo sin parar o pensando en lo que escribe, está la otra imagen, la de la máscara. La imagen del ser escritor. Y digo en oposición porque esta imagen máscara, la del ser escritor, no es nada compatible con la de aquel otro personaje tan solitario del que hablábamos, y hace que éste tenga que salir de su encierro para poner todo su ser a la parrilla. Exponer sus entrañas para que se cocinen al calor de los otros.
Y para eso, inevitablemente, tiene que dejar de escribir. Y si uno anda demasiado tiempo por ahí siendo escritor dejará de tener tiempo para estar en casa encerrado dándole vueltas a una idea o golpeando las teclas. Y así dejará inmediatamente de ser escritor. O pasará a ser de la estirpe de los escritores que nunca escriben nada.
Con esto no quiero desmerecer el maravilloso arte de vivir. No me malinterpreten. Considero que para escribir y mejorar la propia escritura, vivir es imprescindible. Pero no nos confundamos. Vivir es otra cosa, nada tiene que ver con ir por la vida haciéndose el escritor.
Es más, diría que vivir es alejarse todo lo posible de esa idea de ser escritor. Vivir sería, para quien escribe, lo que el fin de semana es para el oficinista. Desconexión.
En mi caso, siempre me sentí más a gusto del lado de lo íntimo. Es decir, disfruto más con el suave balanceo entre lo íntimo y lo desconectado. 
On/Off.

martes, 31 de julio de 2018

Día 28

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31 de julio

Hoy, mientras estaba sentado exagerando en mi cuaderno algunas ideas para la novela, me vino a la cabeza aquella frase de La náusea, de Jean-Paul Sartre: "Pienso que éste es el peligro de llevar un diario: se exagera todo, uno está al acecho, forzando continuamente la verdad."

Inmediatamente, me dispuse a copiar estás líneas de Sartre en mi diario. Porque me di cuenta de que, dejando de lado el tono melancólico que utiliza el autor francés (no olvidemos que, en un principio, La náusea iba a llamarse "Melancolía" y que gracias a Gallimard nos salvamos de ese horrible nombre), lo que en realidad se podía leer de fondo en esa frase era una excelente definición de lo que es la ficción. Así que, con permiso de Sartre, reformulé la frase. Pienso, escribí, que éste es el modo de escribir ficción: exagerándolo todo, estando al acecho y forzando continuamente la realidad.

Cuando terminé de escribir esa frase, cerré el cuaderno y me eché hacia atrás dejando caer todo el peso sobre el respaldo de la silla, como si quisiera obsequiarme un merecido descanso por haber encontrado una fórmula perfecta para crear ficción. Pero enseguida me di cuenta de que no era para tanto y volví al trabajo. A veces sucede que a uno lo golpean de frente ciertos aires de grandeza que lo único que logran es dejarnos despeinados.

Así que viéndome despeinado y ridiculizado por el aire de la grandeza, abrí el cuaderno, me acomodé los poco pelos que me quedan en la cabeza y seguí desde donde lo había dejado antes de que me interrumpiese la frase de Sartre, es decir, continué exagerando algunas ideas para la novela. 
Pero como una frase lleva a la otra, me acordé también de algo que leí en algún lado, no recuerdo dónde, pero sí de que alguien hablaba de esos escritores a los que no les importa andar despeinados por los aires de grandeza y que, en lugar de preocuparse por escribir y seguir mejorando, se preocupan más por andar agrandando su figura. La frase decía algo así como que hay grandes escritores y escritores buenos, "yo prefiero ser de los segundos", decía el autor.

Y como yo también prefiero ser de los segundos, lo mejor es seguir trabajando, me digo, y conservar un peinado más o menos decente. No sea cosa que me confundan con Trump.

sábado, 28 de julio de 2018

Día 27

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28 de julio

El día de hoy se cierra con un fuerte dolor de cuello por haber estado demasiadas horas delante del azul eléctrico de la pantalla. Y como resultado, han quedado apenas algunas páginas completamente prescindibles que, probablemente, mañana cuando las relea acaben en la papelera. Pero en lugar de seguir quejándome, prefiero disfrutar de la recompensa que siempre me queda al terminar el trabajo. Ahora ya puedo sentarme a leer tranquilo, por placer, sin la presión del que trabaja. Me quedan pocas páginas para terminar "Los adioses" de Juan Carlos Onetti. Una maravilla. Así que dejemos de lado la frustración y despidamos el día como se merece. Leyendo.

Y como siempre suele hablarse de la importancia de los comienzos en las novelas y de las primeras frases, me despido transcribiendo la primera frase de este magnífico libro que, me parece, es la primera frase más misteriosa que he leído hasta ahora.

"Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas, y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuación desinteresada". 

Me despido.

Adioses.

miércoles, 20 de junio de 2018

Día 22

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20 de junio

Esta mañana, mientras estaba corrigiendo unas páginas que escribí ayer por la noche, me interrumpió el timbre. Una interrupción que, a pesar de lo que puede esperarse, fue recibida con alegría por dos motivos: el primero, porque lo que estaba haciendo era un trabajo bastante tedioso; el segundo, porque quien había tocado el timbre era mi amigo Paterson, el repartidor de agua (como ya expliqué con anterioridad en este diario, Paterson no se llama Paterson pero se parece muchísimo en todos los sentidos a ese personaje de la película Paterson de Jim Jarmusch), que precisamente venía a traerme la caja de agua embotellada como cada semana.

Se lo veía agotado. De la frente le caían gotas de sudor que se secaba con un pañuelo blanco, de tela. Un gesto antiguo que me llamó la atención. Un gesto que bien podría atribuírselo a mi abuelo. Un gesto de alguien mayor, aunque Paterson no tiene más de cuarenta, estoy seguro.

Al verlo en esas condiciones de agotamiento, le pregunté si es que había tenido mucho trabajo durante la mañana debido a la llegada del calor y al inminente verano. Me respondió que sí, pero que a pesar del aumento del trabajo y del calor, él se alegraba muchísimo de la llegada de estas fechas y estas temperaturas. "En el verano", me dijo, "por alguna extraña razón, escribo mucho más".

De hecho, me contó mientras se tomaba el café y el vaso de agua que yo le había invitado, ahora estaba trabajando en una serie de Haikus: "Los Haikus de verano", me dijo sacando su cuaderno de poemas del bolsillo.

"No soy muy adepto a las formas", comentó, "pero la precisión y la concentración del Haiku me inspiran".

Después me leyó varios de los Haikus que había escrito y que me parecieron muy buenos. Precisos y acertados. Uno me quedó particularmente grabado y me gustaría reproducirlo aquí.

Al calor feroz

los labios agrietados

agua esperan

Después lo despedí, como de costumbre, desde la puerta de calle. Él me saludó con una mano y con la otra sacó el pañuelo y, con ese gesto antiguo, se secó el sudor de la frente antes de subirse al camión. Y mientras se alejaba, no pude evitar acordarme de mi abuelo y de todos esos veranos que pasé en su casa. Veranos maravillosos, bajo el calor feroz y con labios agrietados.

lunes, 28 de mayo de 2018

Día 18

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28 de mayo

Hay días que podrían perfectamente borrarse del calendario y no cambiaría nada. Hoy, sin ir más lejos, perdí gran parte de la mañana husmeando en el Facebook para ver qué hacía la gente. Sentí asco de mí mismo y, para compensar, me dije que lo mejor sería ir hasta la biblioteca a buscar un par de libros que desde hace un tiempo quiero leer. 
Fui caminando a paso lento, disfrutando del paseo, intentando despejar los malos pensamientos de hace un rato. Es decir, quitándome de encima el asco que sentí hacia mi persona.

Cuando llegué a la biblioteca, como no tenían los libros que venía buscando, me puse a recorrer con la vista los anaqueles en busca de algo que me inspirase. Al final me llevé tres libros de autores que no me sonaban nada para ver si descubría algo que me sorprendiera.

Volví a casa, me preparé unos mates y me senté un rato al sol, en el jardín (hay que aprovechar los días buenos). Me llevé los libros para hojearlos, pero al parecer el gran descubrimiento del 2018 tendrá que esperar.

Después de la sesión de vitamina D en el jardín, volví al escritorio. A falta de una idea o de ganas, volví a mirar el Facebook. También leí el diario, miré el mail, la cuenta del banco y leí algún blog que me gusta.

Toda esa actividad me dio hambre, así que fui a la cocina a abrir distraídamente la heladera para ver que podía picar. Corté queso y un poco de pan. Calenté más agua para el mate y volví al jardín y al sol. Lo de escribir quedará para mañana, me dije. Para que sufrir.

jueves, 24 de mayo de 2018

Día 17

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24 de mayo

Últimamente cambio mucho de opinión. No es algo nuevo en mí, siempre tuve cierta tendencia hacia la indecisión. Pero debo decir que en las últimas semanas he notado un preocupante incremento y me voy con el primero que me ofrezca un razonamiento contundente o un argumento sólido.

Por poner un ejemplo, no puedo decidir si las cosas en el mundo están bien o se están yendo al carajo (antes lo tenía bastante claro). Hay argumentos muy buenos de ambos lados.

En lo que respecta a lo personal, a lo íntimo, me persigue siempre esa nube tormentosa (no quiero usar un término técnico porque no viene al caso) que me impide decidir qué hacer con mi vida ¿Debería quedarme tranquilo donde estoy o debería irme, moverme? La decisión de cambiar siempre ha sido la más razonable, pero hoy dudo (raro). Mi preocupación es siempre la misma: temo quedarme atrapado entre dos aguas y no poder elegir ni una cosa ni la otra. El siempre tan temido Limbo me acecha. Porque lo que importa realmente no es el cambio en sí sino más bien la elección. La gente, muchas veces, piensa que lo que les cuesta es cambiar, que le dan miedo los cambios. Pero a decir verdad, lo que realmente les complica la existencia es esa parte en la que tienen que elegir. Es la elección entre dos o más opciones lo que más temen.

El mayor problema de toda esta situación, claro está, es que la indecisión se traslade al avance de la novela y no pueda, en un momento dado, elegir, por ejemplo, qué camino debería tomar la trama o que elecciones deberán afrontar mis personajes, etc. Al final no quisiera tener que recurrir a lo que yo llamo el camino Conan Doyle. Es decir, tener que optar por aquello de Elige tu propia aventura y que haya diferentes tramas y diferentes opciones para cada uno de los personajes. Y, por supuesto, muchos desenlaces posibles, todos igualmente buenos. Quisiera que si llego a ese límite sea sólo en mi vida. Me gusta mantener las opciones abiertas en lo personal. Me gusta la indecisión y me gusta tener que tomar decisiones; tener que elegir me da vida. Me activa las neuronas. Pero en lo que respecta a mis personajes no me atrevo a ponerlos en semejante situación. Eso de que los personajes, una vez creados, cobren vida y se muevan por sí solos me parece una negligencia. En mi caso prefiero que se ajusten al guión. Para las elecciones ya estoy yo y esa es la pata que mantiene de pie esta mesa.

domingo, 20 de mayo de 2018

Día 16

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20 de mayo

Durante mucho tiempo, como Proust, yo también estuve acostándome temprano. Y parecía que eso era algo que incomodaba a la gente que me rodeaba. «¿A las diez en la cama?», se sorprendían. Sí, y es que considero que la noche está sobrevalorada. Muchos hablan de la tranquilidad y del silencio que se experimenta por la noche, pero a ellos les digo que prueben a levantarse a las siete y se darán cuenta de que este silencio, apenas interrumpido por el trino de los pájaros, es un silencio mucho más audaz. Me atrevería a decir (porque también he vivido muchas noches y lo sé) que el aparente silencio de las noches, lo rompen unos ruidos mucho más perversos que ahora prefiero evitar.

Déjenme mis mañanas frescas y luminosas, dejen que me aleje de la oscuridad. Por la mañana todo es más sincero, nadie oculta sus miserias detrás del maquillaje. En una cara de dormido se pueden leer muchas cosas. Hay más verdad en la marca que deja una almohada sobre una mejilla que en muchas confesiones etílicas en la barra de un bar. En unos ojos hinchados se puede ver la historia de la humanidad. En un alegre «buenos días» y en el olor del pan recién hecho o del café, puede estar encapsulada toda la felicidad.

Me gusta trabajar por las mañanas. Sentarme a escribir mientras, de fondo, escucho cómo se levantan las persianas de los negocios del barrio. Escucho a la señora de la florería que le da los buenos días al panadero. La vecina que saca sus perros a pasear y los pasos de la gente que va a trabajar me inspiran. El mundo desperezándose me inspira.

Por eso, ahora me voy a dormir que ya son las diez y cuarto y se está haciendo tarde. Mañana hay que madrugar así que apaguemos las velas. Espero que nadie se sorprenda o se sienta incómodo por esta confesión. Buenas noches.

sábado, 12 de mayo de 2018

Día 15

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12 de mayo

Ando pensando que no ando, pero ando andando. Ayer mismo me di cuenta de esto cuando andaba pensando que no andaba simplemente porque no estaba escribiendo. Pero enseguida pude confirmar que mis investigaciones sobre la meteorología y la climatología avanzaban. Es decir, andaban andando. Lo supe cuando salí a pasear y a pensar, y en el paseo y me encontré por casualidad con un conocido que, a falta de algo mejor que decir, se le ocurrió hablarme del tiempo. Si el pobre hubiera sabido en qué se metía estoy seguro de que se hubiese ahorrado el comentario. Porque gracias a mis investigaciones sobre las ciencias climatológicas, yo ya no hablo del tiempo como algo al pasar; como para sacar conversación de donde no la hay. No. Ahora, el tiempo es para mí El Tema de conversación. Así que, ante su pregunta trivial sobre lo raro que estaba el tiempo ayer, contraataqué con una larga exposición sobre cómo las baja presiones barométricas y el descenso de los hectopascales provocarían, en las próximas horas, que aquellos nimbostratus que se veían en el horizonte se acercaran peligrosamente, para descargar fuertes precipitaciones.

Y creo que fue después de este último dato, cuando mi conocido me interrumpió bruscamente, asegurándome que tenía mucha prisa porque lo esperaban en una importante – e improbable, diría yo – reunión. Así que me dejó ahí, parado en la esquina. Y mientras lo veía alejarse pensaba yo, con una sonrisa, en el eficaz método que había encontrado para sacarme de encima a la gente que, a falta de un tema mejor, utiliza el tiempo para decir cualquier cosa.

Así que no puedo decir que no ande andando. Porque aunque no esté escribiendo puedo comprobar que avanzo. Y avanzo en muchos sentidos ya que ahora, además, gracias a mis investigaciones para la novela, no voy a verme más sorprendido por personas que me acosen con conversaciones sin importancia. Y después hay gente que dice que la literatura no sirve para nada.

lunes, 7 de mayo de 2018

Día 14

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7 de mayo

Trabajo. Estudio. Leo. Releo. Busco en el archivo del pasado cosas (fotos, textos, recuerdos) que me sacudan, para ver si se me cae una idea; material que pueda utilizar en la novela. Finalmente, parece que algo se mueve y escribo. No mucho, pero ya se sabe o se intuye que un poco ya es mucho.

Lo que escribo no es exactamente un capítulo; ni siquiera diría que es una escena completa. Es otra cosa ¿un pensamiento?, ¿una idea? Es algo que, de algún modo oscuro por ahora para mí, está conectado con la historia. Y así desemboco en un par de párrafos reflexivos. Párrafos que aún no sé ni cómo ni dónde encajarán, pero sé que me gustaría incluirlos en la historia. Probablemente acaben en labios de alguno de los personajes.

Una vez terminado y agotado el momento de inspiración (o quizás sería más adecuado llamarlo momento de “exhalación” ya que ha sido como largar un gran suspiro hasta desinflarme como un globo pinchado, y quedar arrugado y triste) ese ¿pensamiento?, ¿idea? se queda guardado en la carpeta dentro de la carpeta dentro de la carpeta. Carpeta Novela. Carpeta Vidas Pasadas. Carpeta Extras importantes (esa carpeta donde va a parar todo lo que no sé dónde meter, pero intuyo que en algún momento lo sabré). Ahí se quedará, quién sabe por cuánto tiempo, esperando el momento indicado en que su autor llegue a ese punto de la historia en el que se enciende, como un cartel de luces de neón en una oscura ruta secundaria, la señal que nos guía hacia esa carpeta "Extras importantes". Y es ahí, en ese preciso instante, cuando por fin esos ¿pensamientos?, ¿ideas? emergen para encajar en el todo. Ese es el destino que les espera a algunos de esos textos sueltos; otros, en cambio, acabarán en la papelera o, con suerte, puedan ser reciclados para alguna otra historia. Mientras tanto, creo que es bueno que esa carpeta siga creciendo y engordando. Porque me gusta pensar que la literatura y la vida están llenas de cosas que uno no sabe dónde deberán ir, pero que en algún momento encajan a la perfección en el todo. Cosas así..."Extras importantes".

 

 

martes, 1 de mayo de 2018

Día 12

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1 de mayo

Después de varios días de ausencia injustificada vuelvo al trabajo en el día del trabajador. Vuelvo a mis investigaciones para la novela. Investigaciones que ahora se alejan del esoterismo, la clarividencia y otras pseudociencias, para desplazarse hacia la ciencia pura (aunque muchas veces, como puedo comprobar ahora, echando un vistazo rápido por la ventana de casa, bastante incierta), la meteorología. La meteorología y la climatología, para ser más precisos. Investigación, ésta, relacionada directamente con cierta afinidad que tiene – tendrá – el personaje principal de la novela por los fenómenos climáticos. Digamos que su fuerte es la meteorología y, por tanto, debería ser también el mío durante el tiempo que dure la escritura de la novela. Así que me dispongo a entrar en ese mundo con los poros bien abiertos, para absorberlo todo. Un mundo que, por cierto, siempre me ha interesado muchísimo, aunque de lejos. Será quizás por aquello que solía repetirme siempre mi padre: «vos siempre en las nubes», me decía. Puede que esa sea la razón de mi interés por la meteorología, es decir, entender dónde he estado realmente todo este tiempo. Así que, para analizarlo en profundidad, decidí cargar a mi personaje con esa inquietud que me ha perseguido durante toda mi vida. Y es que desde que me dedico a escribir lo analizo todo a través de la escritura y de la literatura. Paso todas mis experiencias por ese tamiz para, con suerte, obtener algo de verdad, algo de aquella «pepita de pura verdad» de la que hablaba Virginia Woolf en su magnífico ¿ensayo?, ¿novela?, (qué más da), Una habitación propia. Así que me dispongo a nadar en las profundidades de la meteorología y la climatología para saber de una vez por todas por qué pasé tanto tiempo en las nubes. Una vez que lo tenga más claro podré llamar a mi padre y decirle que en realidad estaba equivocado y que yo no estaba siempre en las nubes, sino que más bien me la pasaba saltando de un Cumulonimbus a un Nimbostratus. Para que le quede claro.

martes, 24 de abril de 2018

Día 10

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24 de abril

Lo que leo mientras escribo.

Esta semana que pasó, terminé de leer Pálido fuego, de Vladimir Nabokov. Y al terminarlo, como suele pasarme muchas veces, me quedé pensando en lo que me bajonea leer a ciertos escritores mientras estoy en el proceso de escritura. Nabokov es uno de estos escritores. El manejo magistral de su prosa y esa imaginación exuberante, que crea personajes extraños, desubicados, divertidos, algo grotescos, hace que me deprima y sienta un fuerte deseo de arrancar todas las hojas que escribí en los últimos días y quemarlas. Pero cuando me pasa esto, inmediatamente recuerdo aquella frase de Rodrigo Fresán en la que decía que hay dos tipos de escritores: los que cuando leen algo genial piensan cómo no se me ocurrió a mí y los que, al contrario, se alegran de que se le haya ocurrido a alguien. Yo, me doy cuenta, soy de los segundos, y me alegro inmensamente de que haya alguien como Nabokov que pone el nivel tan alto. Además, estoy seguro de que algo tan bueno como Pálido fuego nunca se me podría haber ocurrido a mí. Así que eso refuerza la idea de que soy del segundo tipo de escritores a los que se refiere Fresán (que por cierto es otro genio que eleva el límite de mis aspiraciones).

Y hablando de genios que elevan el límite, hoy encontré en la biblioteca de mi barrio (a la cuál agradezco que me brinde tantas alegrías) otra joya de otro genio (o en este caso una joya compartida por dos genios). Se trata de Las palmeras salvajes de William Faulkner, en la edición traducida por Borges. Explosión de felicidad. Qué fácil es hacerme feliz, pienso. Así que ahora me dispongo a deprimirme un poco leyendo a Faulkner (y a Borges), pero también a alegrarme muchísimo de que a ambos se les haya ocurrido, cada uno desde lo suyo, trabajar en Las palmeras salvajes.

Good Night.