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martes, 11 de diciembre de 2018

Día 42


Resultado de imagen de ligeramente desenfocado


11 de diciembre


Muchas veces me sucede que tengo la sensación de estar al borde de algo pero no sé de qué. Puede aparecer en mitad de cualquier actividad cotidiana: mientras lavo los platos, mientras hago la compra, mientras estoy leyendo. Aparece, en apariencia, de la nada; surge pero no del todo. Se queda como a medio camino y es como si estuviese viendo yo algo a lo lejos, sin los anteojos puestos. Veo un espectro borroso. Ligeramente desenfocado, como diría el fotógrafo Robert Capa. Un esbozo de algo que podría ser una idea, aunque nunca se acerca lo suficiente como para perfilar los contornos. Siempre, sin excepción se queda en nada. 
Después de un rato la sensación se disipa y vuelvo a estar como al principio, es decir, en ese lugar indeterminado en medio de un inmenso vacío. Un lugar que no me pertenece y en el que me siento profundamente incómodo. Es como si estuviese en una fiesta en la que no conozco a nadie y en la que termino invariablemente apoyado en un rincón, con una copa de vino en la mano y mirando a todo el mundo, pensando en cómo podría participar de alguna conversación pero sin tener ningunas ganas de participar en ninguna. La mayoría de las veces el final es el mismo. Me alejo de la fiesta con aire de que me voy porque aquello no me interesa y tengo cosas mucho mejores que hacer, pero en realidad me voy con una sensación de no haber hecho lo que tendría que haber hecho.

Como de costumbre, me convenzo a mí mismo de que esa sensación borrosa que nunca quiere definirse ante mis ojos algún día se hará visible y finalmente tendré mi respuesta. Sabré ya para siempre cuál es mi lugar. 
Mientras tanto escribo. Porque siempre creí que si aparece en el momento exacto en el que estoy escribiendo, quizás pueda atraparla en una frase, o en una única palabra (lo cual sería maravilloso) Sigo escribiendo, muchas veces con los ojos cerrados, apretándolos con fuerza y tecleando con rabia para ver si por fin ese ojo interno, que explora en las ideas, llega a ver bien de qué se trata.
Hoy también, esa sensación, terminó por alejarse sin definirse y nada pude hacer para retenerla a pesar de que puse todo de mí, o eso creo. Siempre me queda, por supuesto, la duda de saber si pude haber hecho algo más.
A veces he llegado incluso a plantearme la posibilidad de hacer psicoanálisis. En argentina es algo muy común. Todo el mundo tiene su psicoanalista personal que semana tras semana le ayuda a definir este tipo de borrosidades. Hablo en el aire, porque, como nunca he ido, no sé si es así; no sé si alguien, alguna vez, llega a definir del todo aquello que no sabe bien qué es.

Ahí apareció de nuevo. Recién me detuve un segundo a sonarme la nariz, y mientras pensaba en lo que acababa de escribir y me limpiaba los mocos, me invadió de nuevo esa sensación. Pero ya se fue. Así, sin más preámbulos, desapareció y me acabo de quedar de nuevo sin respuesta. Voy a dejar de escribir un segundo para ver si vuelve a aparecer.
Cierro los ojos, me paso la mano por la cabeza como haciéndome una caricia. Parece que quiere volver. Ahora se me apareció como una voz sin llegar a ser una voz y me decía que la clave era que si ahora escribía algo lo retomara mañana y no dentro de una semana porque el hilo es muy fino y se rompe. Definir los bordes no es algo que se hace de la noche a la mañana, me dice. Hay que ser consciente de que mucha gente ve borroso toda su vida.
Vuelvo a detenerme. Pienso; o mejor dicho cierro los ojos para ver qué más tiene que decirme.
Me vienen palabras sueltas, pero no llego a decodificarlas. Y ahí llega el horror total: La Distracción Externa. Suena el timbre o alguien me llama o me escribe por teléfono. Es desesperante. Y la ansiedad de saber que esto antes o después sucede es también bastante perturbadora. No deja de acecharme.
Lo que daría por mantener ese estado por mucho más tiempo, quizás indefinidamente. Porque al menos así sabría que ahí está la sensación, que está cerca, casi llegando, y puede que con un poco más de concentración se comiencen a aclarar los bordes y todo empiece a tener mejor definición y se llegue a sintonizar ese canal tan esperado que está trasmitiendo la película que queríamos ver desde hace tanto…
Pero ya se va. Nada, nada, nada. Nunca.
Un final muy beckettiano, por cierto.