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jueves, 23 de julio de 2020

Día 70



23 de julio

Un renombrado opinólogo de mi barrio, con el que suelo coincidir en el bar de la esquina al que voy en mi hora libre del día a intentar avanzar en la novela a paso no de una hormiga sino más bien con el tenaz y perseverante y pesado paso de una tortuga vieja y más arrugada de lo normal, nos regaló muy desinteresadamente a mí y al camarero que estaba detrás de la barra, una larga lista medidas para salir de esta pandemia que, según él, el gobierno estaba tardando en adoptar. Y mientras él disertaba sobre los errores que todos los ciudadanos cometemos y que nos llevarán, según aseguró, más rápido que tarde a un nuevo confinamiento, yo no pude evitar desviar mi atención hacia las gotitas de saliva y cerveza que saltaban desde la boca descubierta de nuestro conocido opinólogo y viajaban hasta la mascarilla del camarero que lo observaba de reojo y asentía distraído mientras sacaba brillo a unas copas con un paño seco.
Disculpándome, argumentando que tenía algo que escribir antes de que la idea se me fuera de la cabeza, me alejé hasta una mesa bien apartada en un rincón, junto a la ventana abierta y me senté allí a fingir que escribía algo. A salvo de la lluvia de saliva y cerveza, y de la sabiduría regalada de nuestro conocido, pude disfrutar de mi hora libre del día. Eso sí no escribí nada. Ni tampoco me pude terminar el café con leche que dejé abandonado sobre la barra, seguro de que se había llenado de gotitas cargadas de consejos. Al menos, el sol que entraba por la ventana me acaricio un poco el ánimo y logré volver a casa con renovadas energías.