jueves, 31 de octubre de 2019
Día 68
31 de octubre
Cuatro páginas. Nada mal. Las acabo de releer y no todo es desechable. Hay, creo, algunas cositas que se pueden rescatar. Me bastaría con quedarme dos o tres párrafos para salir victorioso de ese campo de lucha que es mi escritorio. Así y todo, siento que en los últimos tiempos nada parece suficiente. Y es que escribir debería ser algo de todos los días. No se puede dejar pasar mucho tiempo entre unas páginas y otras. Se pierde la voz, el ritmo y yo qué sé cuantas cosas más. Es como la anécdota de ese pianista que decía que si no tocaba un día lo notaba él, si no tocaba dos, lo notaba la crítica, y si no tocaba tres, lo notaba el público. En mi caso, estoy convencido de que si un niño de tres años pudiese leer lo que escribo últimamente, notaría de inmediato que no estoy escribiendo lo suficiente. Pero no debería quejarme tanto. Bastante es haber escrito estas cuatro páginas y encima creer que de allí se puede rescatar algo. No seamos pesimistas y pensemos que avanzamos. Eso tiene que valer.
Cambiando de tema y de animos, quiero dejar plasmado en el diario mi felicidad porque salió la nueva temporada de La casa de las flores. Es como revivir aquellas tardecitas en casa de la abuela, mirando las telenovelas a la hora de la siesta. Pero mucho más netflixiano.
sábado, 26 de octubre de 2019
Día 67
26 de octubre
No
le debo a nadie nada, pero sí, tal vez, debería pagar la deuda que tengo
con este diario y escribir varias y extensas entradas, por todos
estos días pasados en los que no escribí ni un solo verbo.
No
me excuso. Aunque no voy a negar que he cuestionado mi compromiso con la escritura de este diario en más de una ocasión. Porque el motivo de mi abandono
no ha sido otro que el abandono mismo. Me abandono a la vida y esta
me arrastra en su cauce. Me sacudo entre troncos y piedras y otros
desechos que también son arrastrados por el caudaloso discurrir de
la vida.
Pero
bueno, veo que me estoy poniendo demasiado poético y lo que quería
decir es que han pasado muchos días y cada vez que pasaba por
delante de mi computadora la miraba de reojo, haciéndome el
desentendido. Lo más probable es que no tuviese nada que decir. Eso
es todo. Y aunque ahora tampoco tengo nada para decir, por lo menos
algo digo. Digo que no digo nada, que es mucho más de lo que otros
pueden decir.
Postdata: al menos en estos días en los que no escribí nada, tuve tiempo para leer Solenoide, de Mircea Cârtârescu, y creo que me explotó una venita en alguna parte del cerebro, que desató en mí una felicidad desconocida. Estuve a punto de salir a visitar las inmobiliarias de mi ciudad, para ver si alguien alquilaba una casa que tuviese enterrado debajo de esta un solenoide, y así poder flotar por mi habitación con solo apretar un interruptor. Menos mal que unos amigos me disuadieron alegando que probablemente me habrían sacado a patadas de las inmobiliarias. Así que me quedé con las ganas.
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