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miércoles, 21 de abril de 2021

Día 77


21 de abril

"Si no entiendes algo, puedes hacer que signifique cualquier cosa". Chuck Palahniuk 

"Porque entender puede ser una condena. Y no entender, la puerta que se abre" E. Vila-Matas. 

Yo no entiendo nada y por eso hago que esto signifique cualquier cosa, como por ejemplo: que hay conexiones en la literatura que nunca voy a entender, pero que son unas puertas abiertas de par en par por las que entro sin pedir permiso.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Día 35

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20 de septiembre

Esta misma mañana, mientras el escritor compartía un rato con un amigo en la cafetería de su barrio, éste le preguntó por qué, en lo que se suponía que era un diario sobre la escritura de su próxima novela, no escribía él cosas que tuvieran alguna relación con la novela.

El amigo parecía realmente desconcertado. Por lo que el escritor sintió que debía darle una respuesta que lo dejase satisfecho. Así que le pidió que le diese unos minutos para reflexionar sobre el tema antes de contestarle. Él siempre fue un pensador más bien lento y no de esas personas que disponen de una agilidad envidiable que les permite dar respuestas certeras e inmediatas a preguntas más bien complicadas. Él no. Él tiene que tomarse su tiempo y darle vueltas a las posibles respuestas, porque siempre creyó que todas las preguntas tienen más de una respuesta posible y no es bueno ser tan categórico a la hora de responder. Y, además, siempre ha tenido el ¿problema? de que las preguntas le generan más preguntas y casi nunca respuestas.

Así que en seguida activó ese mecanismo mental que baraja entre diferentes opciones y sopesó las posibles, múltiples respuestas. Primero se le ocurrió decirle que en realidad, aunque quizás no lo parezca, todo tiene que ver con la novela. Que cuando uno está escribiendo no hay nada que uno haga, escriba o piense que no esté, de un modo u otro, relacionado con lo que está escribiendo. Y es que, en definitiva, cualquier cosa que le suceda al escritor, puede acoplarse al proceso mental de creación y terminar siendo una parte (aunque a veces muy deformada) de la historia.

Luego se le ocurrió que quizás podría responderle que: cómo sabía él cuáles cosas de las que escribía tenían o no que ver con la novela si ni siquiera sabía de qué iba la novela. Es decir, cómo podía saber que las cosas que estaba escribiendo en el diario no serían luego parte de las acciones o parte del discurso que los personajes.

Se le ocurrieron varias cosas más que responder, hasta que le vino a la cabeza aquella escena en la que, parece ser, un periodista francés, le preguntó a Dalí que qué era él el surrealismo y Dalí, con su habitual histrionismo, alzando el dedo índice al aire, le respondió: ¡Je suis le surrèalisme! Una respuesta que al escritor siempre le gustó muchísimo, por cierto.

"Dale, contestame", le dijo entonces el amigo, viendo tal vez que ya estaba tardando demasiado en responder a su pregunta sobre la escritura del diario. "Decime, ¿por qué carajo no escribís sobre la novela, eh?"

Y, tal vez por la presión o porque la pregunta del amigo ahora le pareció algo desafiante, como si éste quisiera desenmascarar alguna mentira oculta, el escritor, casi gritándole en la cara y un poco respondiendo a ese desafío, le respondió con el dedo índice bien alto:

¡Je suis le roman!

lunes, 17 de septiembre de 2018

Día 34

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17 de septiembre

Buscar cosas ya dichas para tener cosas que decir. En eso puede que consista la originalidad, si es que existe. Porque, si bien puede que sea verdad aquello de que todo está dicho, no todo está dicho como uno podría decirlo. Eso es lo que hace que parezca que aún queda mucho por decir.

Se preguntaba Siri Hustvedt en El mundo deslumbrante: "¿Recordamos cuáles son las fuentes de nuestras propias ideas, de nuestras propias palabras?".

Y el escritor se pregunta ahora, mientras escribe esta nueva entrada en el diario de escritura de su próxima novela, de quién serán las ideas que está copiando en este cuaderno. Pero es inútil, él nunca ha tenido buena memoria para acordarse de todo lo que leyó, ni de dónde salen las cosas que se le ocurren. Por eso, piensa, es probable que esto que está escribiendo ahora se lo haya robado a alguien, eso sí, sin ninguna intención de plagio.

Además, qué probabilidades hay de que esto que escribe sea una exacta reproducción de algo que ya fue dicho por otro. Puede que también él haya llegado hasta esas ideas solo, por un camino distinto pero convergente con el de otro que ya ha escrito sobre eso. Y esta idea le hace volver a pensar en aquella teoría de la intertextualidad de la que ya ha hablado en textos anteriores y que tanto le gusta ¿Cómo no llegar a ideas parecidas si cada texto es parte de un todo conectado a la gran matrix de los textos?

Ahora se da cuenta de lo inútil que sería entonces plantearse si cada pensamiento que tenemos no será quizás una mala copia de algo que ya fue pensado por alguien. Inútil, sobre todo si uno no es Funes, el memorioso, aquel personaje de Borges que tenía una memoria que no le permitía olvidar ni siquiera un detalle.

Así que no hay escapatoria, piensa el escritor. Si queremos aspirar a algún tipo de originalidad nada mejor que vivir, leer mucho y luego olvidarse de toda referencia para que los recuerdos se mezclen con las vivencias y así, con un poco de suerte, surja de ese puchero algo parecido a una idea original. Sólo a eso podemos aspirar.

 

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Día 33

Lectura y Locura | “Esperando a los bárbaros” de John M ...

12 de septiembre

El escritor está sentado en su escritorio. La luz de la mañana, que entra por la ventana del estudio, cae sobre los libros de la estantería. El efecto que producen los rayos que atraviesan, oblicuos, las ramas del níspero que está al otro lado de la ventana, creando sobre los lomos de los libros una especie de juego de sombras y luces, le parece hipnótico.

El escritor se queda un rato mirando este espectáculo de sombras chinescas. Es un modo como cualquier otro de distraerse, piensa, y así no pensar en que no se le ocurre nada para escribir. Mejor esto que la ansiedad. Mejor esto que tener que salir corriendo a buscar al baño las pastillas aquellas que evitan que el fuego crezca.

Así que el escritor prefiere mirar fijo la luz hasta que le duelen los ojos. Mirar para luego describir la sensación que esto le produce. Reproducir esa sensación en el cuaderno no tanto porque crea que ahí puede haber una historia, sino más bien, como ya se dijo, para distraerse un rato más y olvidar del todo la idea del botiquín y del frasco de pastillas. Escribir es mejor, piensa. Aunque a veces...

Ahora vuelve a mirar fijo la luz y cuando vuelve la vista hacia el cuaderno allí está de nuevo esa mancha, residuo de la intensidad de la luz en la retina. Es una mancha verde y a veces roja. No es una sensación desagradable. Por el contrario, parece provocar un efecto tranquilizador en él el hecho de escribir sin ver exactamente lo que está escribiendo. Y en seguida, no sabe muy bien por qué, quizás porque las cosas que guardamos en el subconsciente dejan también allí una mancha asociada a un recuerdo, el escritor se acuerda del personaje principal de Esperando a los bárbaros, la novela de Coetzee. Aquel magistrado que en vano intenta hacer entender a los militares obtusos del Imperio que los bárbaros, que habitan cerca de su frontera, no son una amenaza. Que siempre estuvieron allí y que, además, aquellos son sus territorios y nunca lograrán echarlos como pretenden. Aquel magistrado, soñador, que quizás se siente un poco culpable por haber dejado que los militares torturasen incluso a niños en su pueblo y que, tal vez por la misma culpa, toma bajo su tutela a una mendiga bárbara y la devuelve a su pueblo no sin antes (o quizás precisamente por esto) haberse enamorado de ella. Aquel magistrado que, como repite todo el tiempo, lo único que quiere es terminar sus días en paz, pero que al final los termina siendo una especie de vagabundo muy parecido a los que aparecen en los libros de Beckett, aunque quizás un poca más cuerdo. Pero quién puede asegurarlo.

Y el escritor, pensando en cómo acabo asociando ese recuerdo a este momento particular, se pregunta si no tendrá él también que darse cuenta de que sus bárbaros internos tampoco son una amenaza y que siempre han estado ahí. Habría que aprender a convivir con ellos aunque sus costumbres sean tan ajenas a lo que uno esperaría. Porque tal vez sea como dice el magistrado que "el dolor es la verdad, todo lo demás está sujeto a duda".

Y aferrado a esa teoría, el escritor vuelve a mirar la luz que cada vez se vuelve más intensa a medida que se acerca el mediodía. La mira fijo hasta que el dolor de los ojos sea la verdad y que lo demás sea sólo la duda. Nada más.

Mejor la duda y la distracción que las pastillas. Aunque no haya nada para contar.

viernes, 10 de agosto de 2018

Día 29

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10 de agosto

Han sido muchas las veces en que algunos allegados han criticado en mí cierta tendencia que tengo hacia los cambios. «Vos siempre estás cambiando», me dicen. «¿No te cansas de cambiar todo el tiempo?», me preguntan. 
Es cierto que los cambios siempre asustan y, al parecer, la gente que me rodea se siente amenazada por esta tendencia mía. Pero después de reflexionar bastante sobre el tema, y quizás un poco para tranquilizarlos, he llegado a la conclusión de que en realidad no es que esté yo todo el tiempo cambiando, sino que, más bien, lo que hago es estar comenzando. Comienzo las cosas una y otra vez. Y como comenzar no es repetir, porque cuando comenzamos estamos obligados a empezar desde cero, parece que estoy todo el rato haciendo cosas diferentes, y cambiando. Pero no, comenzar no es lo mismo que cambiar. Comenzar, me atrevería a decir es avanzar, es crear y descubrir. Y yo, siguiendo un poco aquello que decía Ezra Pound en su ensayo-artículo "How I Began" de que "el artista está siempre comenzando. Cualquier trabajo artístico que no sea un comienzo, una invención o un descubrimiento tiene poca valía", lo que hago es estar siempre comenzando. Comienzo todo, todo el tiempo. Sin ir más lejos, creo que comencé el primer capítulo de la novela una doscientas cincuenta veces y, hasta ahora, pasar al segundo parece ser una empresa imposible. Pero no me preocupa porque sé que cuando lo empiece, lo volveré a empezar varias veces más y, estoy seguro, se me volverá a acusar de que estoy siempre cambiándolo, pero lo que en realidad estaré haciendo (como hacen los artistas, según Pound) es estar siempre comenzando. Así que a aquellos que me acusan de cambiante les digo que la próxima vez que me mude de ciudad, o que cambie de ideas o de trabajo, no será, como ellos creen, porque tenga cierta tendencia al cambio, sino porque soy un artista y, como buen artista, siempre me preocupo por estar comenzando, inventando o descubriendo para ver si mi obra pueda llegar a tener alguna vez cierta valía.

Y ahora me voy para así poder comenzar algo, cualquier cosa, para darle forma de obra de arte.

martes, 31 de julio de 2018

Día 28

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31 de julio

Hoy, mientras estaba sentado exagerando en mi cuaderno algunas ideas para la novela, me vino a la cabeza aquella frase de La náusea, de Jean-Paul Sartre: "Pienso que éste es el peligro de llevar un diario: se exagera todo, uno está al acecho, forzando continuamente la verdad."

Inmediatamente, me dispuse a copiar estás líneas de Sartre en mi diario. Porque me di cuenta de que, dejando de lado el tono melancólico que utiliza el autor francés (no olvidemos que, en un principio, La náusea iba a llamarse "Melancolía" y que gracias a Gallimard nos salvamos de ese horrible nombre), lo que en realidad se podía leer de fondo en esa frase era una excelente definición de lo que es la ficción. Así que, con permiso de Sartre, reformulé la frase. Pienso, escribí, que éste es el modo de escribir ficción: exagerándolo todo, estando al acecho y forzando continuamente la realidad.

Cuando terminé de escribir esa frase, cerré el cuaderno y me eché hacia atrás dejando caer todo el peso sobre el respaldo de la silla, como si quisiera obsequiarme un merecido descanso por haber encontrado una fórmula perfecta para crear ficción. Pero enseguida me di cuenta de que no era para tanto y volví al trabajo. A veces sucede que a uno lo golpean de frente ciertos aires de grandeza que lo único que logran es dejarnos despeinados.

Así que viéndome despeinado y ridiculizado por el aire de la grandeza, abrí el cuaderno, me acomodé los poco pelos que me quedan en la cabeza y seguí desde donde lo había dejado antes de que me interrumpiese la frase de Sartre, es decir, continué exagerando algunas ideas para la novela. 
Pero como una frase lleva a la otra, me acordé también de algo que leí en algún lado, no recuerdo dónde, pero sí de que alguien hablaba de esos escritores a los que no les importa andar despeinados por los aires de grandeza y que, en lugar de preocuparse por escribir y seguir mejorando, se preocupan más por andar agrandando su figura. La frase decía algo así como que hay grandes escritores y escritores buenos, "yo prefiero ser de los segundos", decía el autor.

Y como yo también prefiero ser de los segundos, lo mejor es seguir trabajando, me digo, y conservar un peinado más o menos decente. No sea cosa que me confundan con Trump.

sábado, 28 de julio de 2018

Día 27

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28 de julio

El día de hoy se cierra con un fuerte dolor de cuello por haber estado demasiadas horas delante del azul eléctrico de la pantalla. Y como resultado, han quedado apenas algunas páginas completamente prescindibles que, probablemente, mañana cuando las relea acaben en la papelera. Pero en lugar de seguir quejándome, prefiero disfrutar de la recompensa que siempre me queda al terminar el trabajo. Ahora ya puedo sentarme a leer tranquilo, por placer, sin la presión del que trabaja. Me quedan pocas páginas para terminar "Los adioses" de Juan Carlos Onetti. Una maravilla. Así que dejemos de lado la frustración y despidamos el día como se merece. Leyendo.

Y como siempre suele hablarse de la importancia de los comienzos en las novelas y de las primeras frases, me despido transcribiendo la primera frase de este magnífico libro que, me parece, es la primera frase más misteriosa que he leído hasta ahora.

"Quisiera no haber visto del hombre, la primera vez que entró en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas, y torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar, disculpándose por su actuación desinteresada". 

Me despido.

Adioses.

jueves, 3 de mayo de 2018

Día 13

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3 de mayo

«La literatura no es autobiografía en código, y no es acontecimientos reales. No estoy escribiendo mi autobiografía y no escribo cosas según me sucedieron, excepción hecha del uso de ciertos detalles: tormentas y ese tipo de cuestiones. No, no es nada que me haya sucedido. Es tan sólo una posibilidad. Es una idea».
John Cheever.

Por mi parte, nada que agregar.

 

jueves, 26 de abril de 2018

Día 11















26 de abril

«No sé qué mundo yace al otro lado de este mar, pero cada mar tiene otra orilla, y llegaré». 
Cesare Pavese. El oficio de escribir.

Hoy me desperté así de optimista. Me dije que seguramente hoy escribiría alguna página más, avanzaría quizás unas pocas brazadas, pero avanzaría. A pesar de que el día está gris y frío no me desanimo. Escribo esto con la intención de, inmediatamente después, seguir nadando hacia esa otra orilla que sé, como Pavese, que allá está esperándome... y llegaré.

martes, 17 de abril de 2018

Día 7

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17 de abril

Esta entrada del diario fue eliminada por mí, su autor, porque ya no tiene la relevancia que tenía cunado la escribí. De hecho, no sé si en algún momento tuvo alguna relevancia.