20 de julio
El Escritor Que Hay En Mí me dice que ha vuelto a escribir en este diario de la preparación de la próxima novela. «No me hagas reír», le digo. «Si con esto de la paternidad no tenés tiempo ni para mear». Pero él me jura por la virgencita de Itatí que sí, que volvió a escribir, aunque lo que escribió no es gran cosa, dice. Le digo que espero que no haya mencionado nada sobre las razones por las que no escribía desde hacía tanto tiempo. «Eso sería poner excusas y a nadie le interesan las excusas», le digo. «A veces es mejor hacer como si nada. O mejor, hacer como si se estuviera retomando una conversación que se dejó inconclusa; continuar con un simple "como te iba diciendo..."».
Y él me dice que eso le recuerda mucho a esos reencuentros con los amigos de siempre, cada vez que volvemos a Buenos Aires. «En esos reencuentros», me dice, «la cosa funciona de una manera parecida: se retoman viejas conversaciones inconclusas desde donde se habían dejado la última vez, con un cariñoso "como te iba diciendo..."; como si no fuese necesario hacer un repaso de todo lo que nos sucedió durante el tiempo que estuvimos separados», me dice.
Y después me dice que le gusta mi idea de empezar así lo que ha escrito para este diario. «Puede ser un buen punto de [re]partida para retomar la hipotética relación con ese hipotético lector que se supone que está al otro lado de este diario. Además, creo que el tono trasmite cercanía y eso siempre es bueno», me dice El Escritor Que Hay En Mí, y se queda pensativo unos segundos. «Porque al final lo que hubo no es más que una mera interrupción, ¿no?».
Y yo me impaciento porque sé que el tiempo se agota y en breve habrá que volver a «lo otro», y le digo que no le dé más vueltas. «Dale», le digo, «que tampoco tenemos tiempo para andar filosofando. O lo escribís o no lo escribís». Y él, sin más, se sienta delante de la máquina, tacha la primera frase de lo que ya había escrito y escribe: "Como te iba diciendo...".
Y él me dice que eso le recuerda mucho a esos reencuentros con los amigos de siempre, cada vez que volvemos a Buenos Aires. «En esos reencuentros», me dice, «la cosa funciona de una manera parecida: se retoman viejas conversaciones inconclusas desde donde se habían dejado la última vez, con un cariñoso "como te iba diciendo..."; como si no fuese necesario hacer un repaso de todo lo que nos sucedió durante el tiempo que estuvimos separados», me dice.
Y después me dice que le gusta mi idea de empezar así lo que ha escrito para este diario. «Puede ser un buen punto de [re]partida para retomar la hipotética relación con ese hipotético lector que se supone que está al otro lado de este diario. Además, creo que el tono trasmite cercanía y eso siempre es bueno», me dice El Escritor Que Hay En Mí, y se queda pensativo unos segundos. «Porque al final lo que hubo no es más que una mera interrupción, ¿no?».
Y yo me impaciento porque sé que el tiempo se agota y en breve habrá que volver a «lo otro», y le digo que no le dé más vueltas. «Dale», le digo, «que tampoco tenemos tiempo para andar filosofando. O lo escribís o no lo escribís». Y él, sin más, se sienta delante de la máquina, tacha la primera frase de lo que ya había escrito y escribe: "Como te iba diciendo...".