11 de diciembre
Muchas veces me
sucede que tengo la sensación de estar al borde de algo pero no sé
de qué. Puede aparecer en mitad de cualquier actividad cotidiana:
mientras lavo los platos, mientras hago la compra, mientras estoy
leyendo. Aparece, en apariencia, de la nada; surge pero no del todo.
Se queda como a medio camino y es como si estuviese viendo yo algo a lo
lejos, sin los anteojos puestos. Veo un espectro borroso. Ligeramente
desenfocado, como diría el fotógrafo Robert Capa. Un esbozo de algo
que podría ser una idea, aunque nunca se acerca lo suficiente como
para perfilar los contornos. Siempre, sin excepción se queda en
nada.
Después de un rato la sensación se disipa y vuelvo a estar
como al principio, es decir, en ese lugar indeterminado en medio de
un inmenso vacío. Un lugar que no me pertenece y en el que me siento
profundamente incómodo. Es como si estuviese en una fiesta en la que
no conozco a nadie y en la que termino invariablemente apoyado en un
rincón, con una copa de vino en la mano y mirando a todo el mundo,
pensando en cómo podría participar de alguna conversación pero sin
tener ningunas ganas de participar en ninguna. La mayoría de las
veces el final es el mismo. Me alejo de la fiesta con aire de que me
voy porque aquello no me interesa y tengo cosas mucho mejores que
hacer, pero en realidad me voy con una sensación de no haber hecho
lo que tendría que haber hecho.
Como de costumbre,
me convenzo a mí mismo de que esa sensación borrosa que nunca
quiere definirse ante mis ojos algún día se hará visible y
finalmente tendré mi respuesta. Sabré ya para siempre cuál es mi
lugar.
Mientras tanto escribo. Porque siempre creí que si aparece en el momento exacto en el que estoy escribiendo, quizás pueda atraparla en una frase, o en una única palabra (lo cual sería maravilloso) Sigo escribiendo, muchas veces con los ojos cerrados, apretándolos con
fuerza y tecleando con rabia para ver si por fin ese ojo interno, que
explora en las ideas, llega a ver bien de qué se trata.
Hoy también, esa sensación, terminó por alejarse sin definirse y nada pude hacer para retenerla
a pesar de que puse todo de mí, o eso creo. Siempre me queda, por
supuesto, la duda de saber si pude haber hecho algo más.
A veces he
llegado incluso a plantearme la posibilidad de hacer psicoanálisis. En
argentina es algo muy común. Todo el mundo tiene su psicoanalista
personal que semana tras semana le ayuda a definir este tipo de
borrosidades. Hablo en el aire, porque, como nunca he ido, no sé si
es así; no sé si alguien, alguna vez, llega a definir del todo
aquello que no sabe bien qué es.
Ahí apareció de nuevo.
Recién me detuve un segundo a sonarme la nariz, y mientras pensaba
en lo que acababa de escribir y me limpiaba los mocos, me invadió de
nuevo esa sensación. Pero ya se fue. Así, sin más preámbulos,
desapareció y me acabo de quedar de nuevo sin respuesta. Voy a dejar de escribir un segundo para ver si
vuelve a aparecer.
Cierro los ojos, me
paso la mano por la cabeza como haciéndome una caricia. Parece que
quiere volver. Ahora se me apareció como una voz sin llegar a ser
una voz y me decía que la clave era que si ahora escribía algo lo retomara mañana y no dentro de una semana porque el hilo es muy
fino y se rompe. Definir los bordes no es algo que se hace de la
noche a la mañana, me dice. Hay que ser consciente de que mucha
gente ve borroso toda su vida.
Vuelvo a detenerme.
Pienso; o mejor dicho cierro los ojos para ver qué más tiene que
decirme.
Me vienen palabras
sueltas, pero no llego a decodificarlas. Y ahí llega el horror
total: La Distracción Externa. Suena el timbre o alguien me llama o
me escribe por teléfono. Es desesperante. Y la ansiedad de saber que
esto antes o después sucede es también bastante perturbadora. No
deja de acecharme.
Lo que daría por
mantener ese estado por mucho más tiempo, quizás indefinidamente.
Porque al menos así sabría que ahí está la sensación, que está
cerca, casi llegando, y puede que con un poco más de concentración
se comiencen a aclarar los bordes y todo empiece a tener mejor
definición y se llegue a sintonizar ese canal tan esperado que está
trasmitiendo la película que queríamos ver desde hace tanto…
Pero ya se va. Nada,
nada, nada. Nunca.
Un final muy
beckettiano, por cierto.