sábado, 12 de mayo de 2018

Día 15

f062f0ddf3a1ecf407d759d23e239724

12 de mayo

Ando pensando que no ando, pero ando andando. Ayer mismo me di cuenta de esto cuando andaba pensando que no andaba simplemente porque no estaba escribiendo. Pero enseguida pude confirmar que mis investigaciones sobre la meteorología y la climatología avanzaban. Es decir, andaban andando. Lo supe cuando salí a pasear y a pensar, y en el paseo y me encontré por casualidad con un conocido que, a falta de algo mejor que decir, se le ocurrió hablarme del tiempo. Si el pobre hubiera sabido en qué se metía estoy seguro de que se hubiese ahorrado el comentario. Porque gracias a mis investigaciones sobre las ciencias climatológicas, yo ya no hablo del tiempo como algo al pasar; como para sacar conversación de donde no la hay. No. Ahora, el tiempo es para mí El Tema de conversación. Así que, ante su pregunta trivial sobre lo raro que estaba el tiempo ayer, contraataqué con una larga exposición sobre cómo las baja presiones barométricas y el descenso de los hectopascales provocarían, en las próximas horas, que aquellos nimbostratus que se veían en el horizonte se acercaran peligrosamente, para descargar fuertes precipitaciones.

Y creo que fue después de este último dato, cuando mi conocido me interrumpió bruscamente, asegurándome que tenía mucha prisa porque lo esperaban en una importante – e improbable, diría yo – reunión. Así que me dejó ahí, parado en la esquina. Y mientras lo veía alejarse pensaba yo, con una sonrisa, en el eficaz método que había encontrado para sacarme de encima a la gente que, a falta de un tema mejor, utiliza el tiempo para decir cualquier cosa.

Así que no puedo decir que no ande andando. Porque aunque no esté escribiendo puedo comprobar que avanzo. Y avanzo en muchos sentidos ya que ahora, además, gracias a mis investigaciones para la novela, no voy a verme más sorprendido por personas que me acosen con conversaciones sin importancia. Y después hay gente que dice que la literatura no sirve para nada.

lunes, 7 de mayo de 2018

Día 14

11c23a7339a9333b68ed0b465ddd0e8b

7 de mayo

Trabajo. Estudio. Leo. Releo. Busco en el archivo del pasado cosas (fotos, textos, recuerdos) que me sacudan, para ver si se me cae una idea; material que pueda utilizar en la novela. Finalmente, parece que algo se mueve y escribo. No mucho, pero ya se sabe o se intuye que un poco ya es mucho.

Lo que escribo no es exactamente un capítulo; ni siquiera diría que es una escena completa. Es otra cosa ¿un pensamiento?, ¿una idea? Es algo que, de algún modo oscuro por ahora para mí, está conectado con la historia. Y así desemboco en un par de párrafos reflexivos. Párrafos que aún no sé ni cómo ni dónde encajarán, pero sé que me gustaría incluirlos en la historia. Probablemente acaben en labios de alguno de los personajes.

Una vez terminado y agotado el momento de inspiración (o quizás sería más adecuado llamarlo momento de “exhalación” ya que ha sido como largar un gran suspiro hasta desinflarme como un globo pinchado, y quedar arrugado y triste) ese ¿pensamiento?, ¿idea? se queda guardado en la carpeta dentro de la carpeta dentro de la carpeta. Carpeta Novela. Carpeta Vidas Pasadas. Carpeta Extras importantes (esa carpeta donde va a parar todo lo que no sé dónde meter, pero intuyo que en algún momento lo sabré). Ahí se quedará, quién sabe por cuánto tiempo, esperando el momento indicado en que su autor llegue a ese punto de la historia en el que se enciende, como un cartel de luces de neón en una oscura ruta secundaria, la señal que nos guía hacia esa carpeta "Extras importantes". Y es ahí, en ese preciso instante, cuando por fin esos ¿pensamientos?, ¿ideas? emergen para encajar en el todo. Ese es el destino que les espera a algunos de esos textos sueltos; otros, en cambio, acabarán en la papelera o, con suerte, puedan ser reciclados para alguna otra historia. Mientras tanto, creo que es bueno que esa carpeta siga creciendo y engordando. Porque me gusta pensar que la literatura y la vida están llenas de cosas que uno no sabe dónde deberán ir, pero que en algún momento encajan a la perfección en el todo. Cosas así..."Extras importantes".

 

 

jueves, 3 de mayo de 2018

Día 13

IMG_20180503_174047

3 de mayo

«La literatura no es autobiografía en código, y no es acontecimientos reales. No estoy escribiendo mi autobiografía y no escribo cosas según me sucedieron, excepción hecha del uso de ciertos detalles: tormentas y ese tipo de cuestiones. No, no es nada que me haya sucedido. Es tan sólo una posibilidad. Es una idea».
John Cheever.

Por mi parte, nada que agregar.

 

martes, 1 de mayo de 2018

Día 12

A-qué-huelen-las-nubes1

1 de mayo

Después de varios días de ausencia injustificada vuelvo al trabajo en el día del trabajador. Vuelvo a mis investigaciones para la novela. Investigaciones que ahora se alejan del esoterismo, la clarividencia y otras pseudociencias, para desplazarse hacia la ciencia pura (aunque muchas veces, como puedo comprobar ahora, echando un vistazo rápido por la ventana de casa, bastante incierta), la meteorología. La meteorología y la climatología, para ser más precisos. Investigación, ésta, relacionada directamente con cierta afinidad que tiene – tendrá – el personaje principal de la novela por los fenómenos climáticos. Digamos que su fuerte es la meteorología y, por tanto, debería ser también el mío durante el tiempo que dure la escritura de la novela. Así que me dispongo a entrar en ese mundo con los poros bien abiertos, para absorberlo todo. Un mundo que, por cierto, siempre me ha interesado muchísimo, aunque de lejos. Será quizás por aquello que solía repetirme siempre mi padre: «vos siempre en las nubes», me decía. Puede que esa sea la razón de mi interés por la meteorología, es decir, entender dónde he estado realmente todo este tiempo. Así que, para analizarlo en profundidad, decidí cargar a mi personaje con esa inquietud que me ha perseguido durante toda mi vida. Y es que desde que me dedico a escribir lo analizo todo a través de la escritura y de la literatura. Paso todas mis experiencias por ese tamiz para, con suerte, obtener algo de verdad, algo de aquella «pepita de pura verdad» de la que hablaba Virginia Woolf en su magnífico ¿ensayo?, ¿novela?, (qué más da), Una habitación propia. Así que me dispongo a nadar en las profundidades de la meteorología y la climatología para saber de una vez por todas por qué pasé tanto tiempo en las nubes. Una vez que lo tenga más claro podré llamar a mi padre y decirle que en realidad estaba equivocado y que yo no estaba siempre en las nubes, sino que más bien me la pasaba saltando de un Cumulonimbus a un Nimbostratus. Para que le quede claro.

jueves, 26 de abril de 2018

Día 11















26 de abril

«No sé qué mundo yace al otro lado de este mar, pero cada mar tiene otra orilla, y llegaré». 
Cesare Pavese. El oficio de escribir.

Hoy me desperté así de optimista. Me dije que seguramente hoy escribiría alguna página más, avanzaría quizás unas pocas brazadas, pero avanzaría. A pesar de que el día está gris y frío no me desanimo. Escribo esto con la intención de, inmediatamente después, seguir nadando hacia esa otra orilla que sé, como Pavese, que allá está esperándome... y llegaré.

martes, 24 de abril de 2018

Día 10

IMG_20180424_204502

24 de abril

Lo que leo mientras escribo.

Esta semana que pasó, terminé de leer Pálido fuego, de Vladimir Nabokov. Y al terminarlo, como suele pasarme muchas veces, me quedé pensando en lo que me bajonea leer a ciertos escritores mientras estoy en el proceso de escritura. Nabokov es uno de estos escritores. El manejo magistral de su prosa y esa imaginación exuberante, que crea personajes extraños, desubicados, divertidos, algo grotescos, hace que me deprima y sienta un fuerte deseo de arrancar todas las hojas que escribí en los últimos días y quemarlas. Pero cuando me pasa esto, inmediatamente recuerdo aquella frase de Rodrigo Fresán en la que decía que hay dos tipos de escritores: los que cuando leen algo genial piensan cómo no se me ocurrió a mí y los que, al contrario, se alegran de que se le haya ocurrido a alguien. Yo, me doy cuenta, soy de los segundos, y me alegro inmensamente de que haya alguien como Nabokov que pone el nivel tan alto. Además, estoy seguro de que algo tan bueno como Pálido fuego nunca se me podría haber ocurrido a mí. Así que eso refuerza la idea de que soy del segundo tipo de escritores a los que se refiere Fresán (que por cierto es otro genio que eleva el límite de mis aspiraciones).

Y hablando de genios que elevan el límite, hoy encontré en la biblioteca de mi barrio (a la cuál agradezco que me brinde tantas alegrías) otra joya de otro genio (o en este caso una joya compartida por dos genios). Se trata de Las palmeras salvajes de William Faulkner, en la edición traducida por Borges. Explosión de felicidad. Qué fácil es hacerme feliz, pienso. Así que ahora me dispongo a deprimirme un poco leyendo a Faulkner (y a Borges), pero también a alegrarme muchísimo de que a ambos se les haya ocurrido, cada uno desde lo suyo, trabajar en Las palmeras salvajes.

Good Night.

viernes, 20 de abril de 2018

Día 9

d32f6f9e4c8d41c2f3475ae1d7fd014a

20 de abril

Siguiendo el consejo de una buena amiga, siempre muy comprometida con el medio ambiente, empecé hace algunas semanas a comprar el agua en botellas de vidrio. Me las trae un repartidor que viene todos los viernes en su camión. Esta práctica me recuerda a cuando, de chico, pasaba por mi casa de Buenos Aires el sodero y nos traía, también con un camión, las cajas de sifones de soda. Venía todas las semanas y nos reponía los sifones vacíos. Puede que esa sea la razón por la que me he creado una especie de visión romántica en torno a toda esto del reparto de agua puerta a puerta.

Llevando esto un poco más lejos, hoy se me ocurrió invitar al Hombre del Agua (lo voy a llamar así por ahora) a entrar en casa a tomar un café y un vaso de agua. Lo hice porque me di cuenta de que, si quiero evocar la misma sensación que me trasmitía la visita del sodero de Buenos Aires a mi casa (a quien llamábamos por su nombre e incluso, cada tanto, mi viejo lo invitaba a tomar una cerveza o un café), tengo que hacerme más amigo del repartidor, entrar en confianza.

Mientras esperábamos, él y yo, a que se hiciera el café y charlábamos de cosas cotidianas, el Hombre de Agua se puso a ojear los cuadernos abiertos y los libros que yo había dejado descansando sobre la mesa de la cocina, en donde estaba trabajando cuando me interrumpió el timbre. Me preguntó si yo escribía y, cuando le respondí que sí, que estaba escribiendo una novela, me dijo que él también escribía y, entonces, la conversación dio un giro. Estuvimos largo rato charlando sobre libros y escritores, y, al ver que teníamos afinidades comunes en lo literario, el Hombre del Agua se animó y me leyó unos poemas suyos que me sorprendieron gratamente, porque me parecieron de una sensibilidad y sencillez conmovedoras. Me hicieron acordar inmediatamente a ciertos poemas de William Carlos Williams y, como una asociación lleva a otra, me acordé también del personaje de la película Paterson, de Jim Jarmusch. Ese personaje que maneja un autobús y que en sus ratos libres escribe poemas hermosos y sencillos sobre pequeñas cosas que en el fondo nunca son tan pequeñas. Ese personaje que en la película se llama Paterson y vive en el pueblo Paterson, el mismo pueblo Paterson al que Williams dedicó un magnífico poema. Y siguiendo con las asociaciones, ahora que lo miraba bien, el Hombre del Agua se parecía mucho a ese Paterson no sólo físicamente, sino que además los dos escribían en sus ratos libres (mientras almorzaban o esperaban un cambio de turno) poemas sobre las pequeñas cosas no tan pequeñas y, además, los dos eran conductores de vehículos grandes y complicados con los que daban vueltas por la ciudad pensando en cosas pequeñas y sencillas, que en realidad no son ni tan pequeñas ni tan sencillas. Pero creo que con tantas asociaciones me estoy enredando demasiado.

Voy a reproducir aquí, de memoria, uno de los poemas que me leyó y que me quedó grabado. Puede que algunas palabras estén cambiadas, pero decía algo así.

Caras sedientas/detrás de puertas/llenas de secretos/y de cajas/con botellas/vacías.

Quedamos la semana que viene. Yo le dije que le llenaría la taza con otro café si él me leía otro de sus poemas. Después me cambió mi caja de agua vacía por una llena y volvió a la calle.

Adiós, Paterson, le grite desde la puerta cuando se subía al camión, y él me saludó con la mano. Después se alejó haciendo tintinear las botellas de cristal vacías.