martes, 25 de agosto de 2020

Día 72

Fotos antiguas de niños fumando - Friki.net

Bajo la sombra insuficiente de un toldo rojo desvaído, el escritor que ya nada escribe espera y sonríe, o sonríe y espera, y aunque su sonrisa permanece oculta detrás de una mascarilla de tela con motivos musicales, cualquier observador perspicaz podría intuirla por esas pequeñas arrugas que se forman alrededor de los ojos por acción de los músculos faciales. 

Un posible lector curioso podría preguntarse qué hace allí este personaje, qué es lo que espera y, lo más importante, por qué sonríe. Del mismo modo, un buen escritor podría imaginar múltiples e interesantes respuestas a estas preguntas. Pero como aquí no hay escritores de prodigiosa imaginación y los lectores son más bien improbables, bastará decir solamente que el escritor que ya nada escribe está allí, delante de la puerta del bar de la esquina al que va de tanto en tanto a imaginar que escribe o a leer, dilatando el momento, saboreando cada instante de su hora libre del día. Y allí, de pie, imagina que fuma un cigarrillo (no porque ahora esté prohibido fumar, sino porque él ya hace tiempo que dejó ese hábito dañino, pero como ya se sabe, uno nunca deja de ser fumador y ¡ay, cuánto le gustaría al escritor que ya nada escribe poder acompañar este momento con un cigarrillo!). Así que nuestro personaje aspira ese humo imaginario y luego, a la vez que cierra los ojos, lo exhala en un suspiro gozoso y sonríe (todo esto, siempre bajo la sombra del toldo y bajo el riguroso reparo de la mascarilla obligatoria, por supuesto). Luego, nuestro escritor que ya nada escribe entrará en ese bar al que tanto le gusta ir a leer o a imaginar que escribe, y se dispondrá a disfrutar de su hora libre del día y seguramente nada escribirá porque no tiene ninguna idea en mente, pero puede que charle un rato con el camarero mientras disfruta de un café con leche, o puede que lea una o dos páginas allí en su mesa habitual que está junto a la ventana y en la que ahora hay una bella señora de cierta edad demorando un café más de la cuenta (y esto no se dijo antes, pero el escritor que ya nada escribe está esperando también a que la señora se levante porque esa es la mesa que más le gusta). Después, volverá a casa con su libreta en blanco, pero igualmente contento de haber tenido este momento para él. Pero mientras tanto, deja correr el tiempo allí en la puerta, porque ese momento previo también es parte importante de su hora libre del día y también complementa en un todo armonioso la belleza del instante que le toca vivir. Aunque si la cosa con la señora que demora el café más de la cuenta se alarga mucho, piensa nuestro personaje, lo único que podrá hacer es disfrutar de estar allí, de pie, e imaginar que fuma. Pensar en esto hace que su sonrisa que se intuye bajo la mascarilla obligatoria se borre y, ahora, impaciente, le hace señas con disimulo al camarero para ver si puede hacer algo con respecto a la situación con esa señora tan desconsiderada. La sombra del toldo rojo desvaído es refugio cada vez más insuficiente ante el sol inclemente de este mediodía y nuestro escritor prefiere que la hora libre se pase en el interior fresco del bar. Con este calor, desde luego, no hay quién escriba. 

lunes, 3 de agosto de 2020

Día 71

Happy Birthday, My Dear Hedley |
Querido diario:
No es por poner excusas, pero hoy es mi cumpleaños y me gustaría que no fueras tan exigente conmigo. Así que, te aviso, hoy no voy a escribir nada de nada, solo estas líneas para que, en el caso de que alguien, allá al otro lado, las lea, se acuerde de comprarme un lindo regalo. 

jueves, 23 de julio de 2020

Día 70



23 de julio

Un renombrado opinólogo de mi barrio, con el que suelo coincidir en el bar de la esquina al que voy en mi hora libre del día a intentar avanzar en la novela a paso no de una hormiga sino más bien con el tenaz y perseverante y pesado paso de una tortuga vieja y más arrugada de lo normal, nos regaló muy desinteresadamente a mí y al camarero que estaba detrás de la barra, una larga lista medidas para salir de esta pandemia que, según él, el gobierno estaba tardando en adoptar. Y mientras él disertaba sobre los errores que todos los ciudadanos cometemos y que nos llevarán, según aseguró, más rápido que tarde a un nuevo confinamiento, yo no pude evitar desviar mi atención hacia las gotitas de saliva y cerveza que saltaban desde la boca descubierta de nuestro conocido opinólogo y viajaban hasta la mascarilla del camarero que lo observaba de reojo y asentía distraído mientras sacaba brillo a unas copas con un paño seco.
Disculpándome, argumentando que tenía algo que escribir antes de que la idea se me fuera de la cabeza, me alejé hasta una mesa bien apartada en un rincón, junto a la ventana abierta y me senté allí a fingir que escribía algo. A salvo de la lluvia de saliva y cerveza, y de la sabiduría regalada de nuestro conocido, pude disfrutar de mi hora libre del día. Eso sí no escribí nada. Ni tampoco me pude terminar el café con leche que dejé abandonado sobre la barra, seguro de que se había llenado de gotitas cargadas de consejos. Al menos, el sol que entraba por la ventana me acaricio un poco el ánimo y logré volver a casa con renovadas energías.

lunes, 20 de julio de 2020

Día 69

Pañalea con amor: Historia de los pañales
20 de julio

El Escritor Que Hay En Mí me dice que ha vuelto a escribir en este diario de la preparación de la próxima novela. «No me hagas reír», le digo. «Si con esto de la paternidad no tenés tiempo ni para mear». Pero él me jura por la virgencita de Itatí que sí, que volvió a escribir, aunque lo que escribió no es gran cosa, dice. Le digo que espero que no haya mencionado nada sobre las razones por las que no escribía desde hacía tanto tiempo. «Eso sería poner excusas y a nadie le interesan las excusas», le digo. «A veces es mejor hacer como si nada. O mejor, hacer como si se estuviera retomando una conversación que se dejó inconclusa; continuar con un simple "como te iba diciendo..."».
Y él me dice que eso le recuerda mucho a esos reencuentros con los amigos de siempre, cada vez que volvemos a Buenos Aires. «En esos reencuentros», me dice, «la cosa funciona de una manera parecida: se retoman viejas conversaciones inconclusas desde donde se habían dejado la última vez, con un cariñoso "como te iba diciendo..."; como si no fuese necesario hacer un repaso de todo lo que nos sucedió durante el tiempo que estuvimos separados», me dice.
Y después me dice que le gusta mi idea de empezar así lo que ha escrito para este diario. «Puede ser un buen punto de [re]partida para retomar la hipotética relación con ese hipotético lector que se supone que está al otro lado de este diario. Además, creo que el tono trasmite cercanía y eso siempre es bueno», me dice El Escritor Que Hay En Mí, y se queda pensativo unos segundos. «Porque al final lo que hubo no es más que una mera interrupción, ¿no?».
Y yo me impaciento porque sé que el tiempo se agota y en breve habrá que volver a «lo otro», y le digo que no le dé más vueltas. «Dale», le digo, «que tampoco tenemos tiempo para andar filosofando. O lo escribís o no lo escribís». Y él, sin más, se sienta delante de la máquina, tacha la primera frase de lo que ya había escrito y escribe: "Como te iba diciendo...".

jueves, 31 de octubre de 2019

Día 68

blog de mariano re
31 de octubre
Cuatro páginas. Nada mal. Las acabo de releer y no todo es desechable. Hay, creo, algunas cositas que se pueden rescatar. Me bastaría con quedarme dos o tres párrafos para salir victorioso de ese campo de lucha que es mi escritorio. Así y todo, siento que en los últimos tiempos nada parece suficiente. Y es que escribir debería ser algo de todos los días. No se puede dejar pasar mucho tiempo entre unas páginas y otras. Se pierde la voz, el ritmo y yo qué sé cuantas cosas más. Es como la anécdota de ese pianista que decía que si no tocaba un día lo notaba él, si no tocaba dos, lo notaba la crítica, y si no tocaba tres, lo notaba el público. En mi caso, estoy convencido de que si un niño de tres años pudiese leer lo que escribo últimamente, notaría de inmediato que no estoy escribiendo lo suficiente. Pero no debería quejarme tanto. Bastante es haber escrito estas cuatro páginas y encima creer que de allí se puede rescatar algo. No seamos pesimistas y pensemos que avanzamos. Eso tiene que valer.
Cambiando de tema y de animos, quiero dejar plasmado en el diario mi felicidad porque salió la nueva temporada de La casa de las flores. Es como revivir aquellas tardecitas en casa de la abuela, mirando las telenovelas a la hora de la siesta. Pero mucho más netflixiano.

sábado, 26 de octubre de 2019

Día 67


Blog de Mariano Re
26 de octubre 
No le debo a nadie nada, pero sí, tal vez, debería pagar la deuda que tengo con este diario y escribir varias y extensas entradas, por todos estos días pasados en los que no escribí ni un solo verbo.
No me excuso. Aunque no voy a negar que he cuestionado mi compromiso con la escritura de este diario en más de una ocasión. Porque el motivo de mi abandono no ha sido otro que el abandono mismo. Me abandono a la vida y esta me arrastra en su cauce. Me sacudo entre troncos y piedras y otros desechos que también son arrastrados por el caudaloso discurrir de la vida. 
Pero bueno, veo que me estoy poniendo demasiado poético y lo que quería decir es que han pasado muchos días y cada vez que pasaba por delante de mi computadora la miraba de reojo, haciéndome el desentendido. Lo más probable es que no tuviese nada que decir. Eso es todo. Y aunque ahora tampoco tengo nada para decir, por lo menos algo digo. Digo que no digo nada, que es mucho más de lo que otros pueden decir.
Postdata: al menos en estos días en los que no escribí nada, tuve tiempo para leer Solenoide, de Mircea Cârtârescu, y creo que me explotó una venita en alguna parte del cerebro, que desató en mí una felicidad desconocida. Estuve a punto de salir a visitar las inmobiliarias de mi ciudad, para ver si alguien alquilaba una casa que tuviese enterrado debajo de esta un solenoide, y así poder flotar por mi habitación con solo apretar un interruptor. Menos mal que unos amigos me disuadieron alegando que probablemente me habrían sacado a patadas de las inmobiliarias. Así que me quedé con las ganas. 


lunes, 23 de septiembre de 2019

Día 66



23 de septiembre

Hoy está siendo un día lento, espeso como el dulce de leche. Un día difícil de digerir.
Si alguien viniese en este momento y me sacudiese con fuerza no lograría hacer que se me caiga ni una sola idea. No hay nada dentro de mí. Soy como una almeja abierta, abandonada en el borde de un plato sucio, a la que alguien ha chupado, absorbido, succionado todo el contenido, incluida la salsita esa que a veces queda en el fondo de la concha. Estoy seco.
En días como este lo único que queda por hacer es leer. (Ayer ya me terminé las relecturas que me había propuesto para este verano. Releí varias cosas que me interesaba releer. Los Cuentos de Raymond Carver, Pájaros en la boca de Samantha Schweblin, Matadero 5 de Kut Vonnegut y Ficciones de Borges. No hubo decepciones, todos aguantaron bien las relecturas).
Pero ahora no tengo nada por leer y eso me llena de angustia. Miré en mi biblioteca para ver qué podía empezar, pero la mayoría de los libros que tengo por leer no me llamaron la atención. Así que ahora estoy pensando ir a dar un paseo hasta la biblioteca y buscar algo que me mueva, algo que llene el vacío, algo que me sacuda y quizás hasta haga sonar algún timbre en mi cabeza que me saque de este letargo creativo. Un letargo que ya va durando demasiado.