martes, 17 de septiembre de 2019

Día 64

Mariano Re

17 de septiembre
Un día horrible. Estoy que echo humo, diría mi abuela.
Me pasé horas buscando un archivo Word en el que, hace algunos días, en un momento de inspiración de esos que no abundan, escribí dos páginas enteras de la novela (habrá quien diga que dos páginas no son nada, pero cuestan mucho trabajo), dos páginas que me parecieron aceptables. Había encontrado un matiz, un tono, algo que funcionaba, y estaba muy contento con el resultado y con las posibilidades de avanzar en esa dirección. Pero todo eso ha desaparecido. Y cuando digo "todo eso" me refiero no sólo al archivo Word, sino también a la inspiración, al matiz, al tono y a las posibilidades. Frustrante.
En fin, al menos esta situación hace que refuerce mi postura de que siempre es mejor escribir el primer boceto a mano y luego pasarlo al Word. Puede sonar primitivo, pero así por lo menos me ahorro tanto disgusto y, sobre todo, me ahorro la angustia de pasar tantas horas delante de la pantalla, revisando miles de archivos y descargando programas para la recuperación de archivos perdidos, y otras muchas cosas raras.
Me voy a ahogar la bronca con una copa de vino buenísimo que compre para ocasiones especiales. Esta lo es.


martes, 10 de septiembre de 2019

Día 63

Mariano Re- blog












10 de septiembre
Si no recuerdo mal, fue la escritora irlandesa Mary Lavin quien dijo que un cuento debería ser como una flecha en vuelo o como el destello de un rayo. Algo inmediato; una experiencia en la que aparezca todo de una vez: comienzo, medio y final.
Y así, también, como una flecha en vuelo o como un rayo, me golpearon los cuentos de Una noche en el paraíso, de Lucia Berlin. Me pasé varias horas sin poder despegarme de la silla, hipnotizado por una prosa que desborda el libro y se sale de los márgenes, como si las líneas continuasen más allá de la página. Esa es la sensación que me dio. No es un libro de esos en los que uno, cada tanto, se detiene a reflexionar sobre lo que está leyendo. Este no. Este es un libro que marea. Un libro vertiginoso, que acelera a toda mostaza, hacia un final en donde uno se da cuenta de que ha seguido corriendo en dirección a un precipicio y no ha sabido detenerse a tiempo, y ahora no hay suelo debajo. El coyote persiguiendo al correcaminos.
En un momento dado, y haciendo un terrible esfuerzo por apartar los ojos de la narración, me detuve a pensar en por qué me causaba esta impresión. Al principio no di con una respuesta. Y entonces volví a la lectura, y como si fuese una flecha en vuelo o un rayo que iluminaba y me dejaba ver todo de una vez, vi en mi cabeza la imagen de Mary Lavin que me decía que esto era a lo que se refería cuando daba aquella definición de lo que ella creía que tenía que ser un cuento. Y ahí tenía yo mi respuesta. Lo que leía era un rayo que se encendía y, además, estoy seguro de haberlo visto, partía árbol en dos, allá a lo lejos, y dejaba un agujero terrible en la tierra.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Día 62

Mariano Re

6 de septiembre
    Hoy, tres páginas completas (horribles, eso sí).
    Después me sentí tan completo, tan realizado, que decidí tomarme el día libre y me fui a la playa. Eso fue todo. Hay días que son así: simples y agradables. Y pienso que eso está bien. Que así tiene que ser. Tiene que haber equilibro en esta vida. No puedo concebir que todos los días sean duros y complicados. Días de arduo trabajo, llenos de obstáculos y de páginas en blanco, sin ninguna recompensa. Ni hablar. A veces uno tiene que tener sus tres páginas (horribles), que lo hagan sentirse útil, y luego poder tomarse el resto del día para contemplar la vida y poder digerir todo lo demás.
    Por eso, hoy, aquí en la playa, lo contemplo todo. Lo contemplo todo con los ojos entrecerrados, porque la luz del sol es tan fuerte que me ciega. Lo contemplo todo a contraluz y pienso en los fuertes contrastes de la vida. Veo siluetas negras ir de acá para allá. Veo una sombra, con forma de pelota, que se eleva hacia el cielo y vuelve a caer. Y escucho risas y pedazos de conversaciones sobre historias de amor interrumpidas y sobre cómo preparar una buena lubina al horno, con romero y perejil. Todo esto se mezcla con el sonido del mar (esto queda un poco cursi, buscar otras impresiones). Y poco a poco dejo que los ojos se vayan cerrando. Que el estado contemplativo se vaya disolviendo y se vaya volviendo sueño. Y me dejo arrastrar por eso que podríamos llamar "siesta en la playa". Y antes de dormirme pienso en que no hay nada mejor que una siesta sobre la arena tibia despues de haber escrito tres páginas (horribles) y haber contemplado el mundo a contraluz.

lunes, 2 de septiembre de 2019

Día 61


Resultado de imagen de libros antiguos botanica

2 de septiembre
Por la mañana:
    Anoche tuve un sueño perturbador. Soñé que estaba parado delante de un cuadro con el nombre "verde sobre fondo blanco". Recuerdo que Rodrigo Fresán decía que a él le molestaban esas obras de arte que llevan por nombre "sin título" y a continuación un número. A mí, en cambio, lo que más me molesta son esos cuadros que llevan el tipo de nombre como el que se me apareció en sueños.
    En el sueño en cuestión, creo que no veía el cuadro en sí, sino que me veía a mí mismo mirando la placa con ese nombre: "verde sobre fondo blanco". Pero estoy casi seguro de que no vi el cuadro, ni tampoco los colores.
    Pero el sueño no lo recordé hasta bien entrada la mañana. Nunca me acuerdo de los sueños. Eso sí, me desperté con una extraña sensación. Una especie de necesidad de cambiar algunas cosas de lugar en mi estudio. No podía soportar tanto blanco. Así como está ahora, pensé, no voy a poder trabajar. Demasiado minimalista, demasiado blanco. Entonces me puse a mover muebles de una lado para otro y a pensar en qué cosas podría poner para decorarlo, y en ese momento me acordé del sueño que había tenido y de la extraña sensación que me produjo.

Por la tarde:
    Compré algunas plantas preciosas para poner en el estudio. El verde sobre el blanco queda estupendo. Creo también que con la nueva distribución de los muebles optimizo más el espacio. Tengo más aire alrededor para trabajar y quizás, quién sabe, poder bailar cuando se me ocurra una idea fantástica. Aunque la verdad es que, como me golpeé el dedo chico del pie mientas movía el escritorio y ahora me está matando el dolor, hoy no creo que baile, por más que se me ocurra una idea genial. Y, ahora que lo pienso mejor, tampoco creo que sea buena idea ponerme a trabajar porque estoy agotado de tanto arrastrar muebles de acá para allá. Pero seguro que mañana, con el nuevo estilo verde sobre blanco del estudio, me vendrá la inspiración. Fijo.

viernes, 30 de agosto de 2019

Día 60

post-vacaciones



















30 de agosto
Me despierto o intento despertarme. Me froto los ojos con el dorso de las manos. Bostezo y me desperezo.
Así arranco el primer día postvacacional. Un gran día por delante. Muchas cosas por hacer. Muchos planes. Pero lo primero, escribir. Sí, lo primero, he decidido, será sentarme a escribir en este diario que lleva mucho tiempo abandonado, acumulando polvo virtual, por el parón vacacional. Así es.
Entonces, me pongo a pensar. Pienso en cosas sobre las que podría escribir. Busco ideas para empezar. Necesito, pienso, algo que quede bien para un primer día de trabajo. Algo muy a lo "postvacacional". Porque ahora que he vuelto de las vacaciones, supuestamente recargado de energía (aunque todos sabemos que nadie nunca jamás descansa realmente en unas vacaciones), me he puesto varios objetivos que cumplir. Y es que una vuelta de las vacaciones no es otra cosa que una especie de "segundo año nuevo". Otro momento del año en el que uno se sobrecarga de un montón de metas por conseguir. Y para mí, una de esas metas es la de escribir más seguido en este "diario de la escritura de mi próxima novela" (es decir, lograr que efectivamente esto sea un "diario") y, por lo tanto, escribir más en la novela también. Dos objetivos terriblemente difíciles de conseguir, tengo que reconocer, pero a la vez muy inspiradores para este "segundo año nuevo" que es la vuelta de las vacaciones.
Así que esta mañana. Mientras me estoy sacando las lagañas (o las legañas, según desde el lado del atlántico que se mire) de los ojos, pienso en temas sobre los que podría escribir y me surgen muchas preguntas (¿eso es bueno?, fue lo primero que me pregunté). ¿Debería escribir sobre algo actual y polémico del tipo "la situación política actual en España"?, ¿sobre cómo la izquierda no se pone de acuerdo para formar un gobierno progresista, como habían prometido, mientras la derecha, de la mano de Pablo Casado (con nuevo look "barba corta" muy a lo Rajoy), se frota las manos, pensando que unas posibles elecciones no harían más que favorecerles? Esto fue lo primero que me pregunté, y una vocecita muy aguda y chillona me hizo retumbar la cabeza -que estaba todavía entumecida porque era muy temprano- gritando un terrible y sufrido "¡Nooo! ¡por favor, de eso no!". Así que le hice caso y seguí bajando en la lista de preguntas. ¿Debería, quizás, escribir algo sobre el fenómeno Rosalía que vuelve a estar en auge y, por enésima vez, vuelve a ser criticada y amada y admirada y otras muchas cosas más que brotan de la odiosincrasia general. Y nuevamente esa vocecita chillona y desesperante, pero muy acertada, se niega rotundamente a seguir la estela de ese ferry popular que va directamente a la deriva.
En fin. En todo esto voy pensando mientras me dirijo a la cocina a hacerme un café y cuando me siento delante de la pantalla me doy cuenta de que, con todo esto que llevo pensado hasta ahora, ya tengo bastantes palabras y que con esto me da perfectamente para publicar algo en este diario y seguir con todas las otras cosas que tengo que hacer hoy. Además ya estoy cansado de esa vocecita mandona que me grita todo el tiempo porque no le gusta lo que se me ocurre. Mejor me guardo algunas preguntas más para mañana. No sea cosa que me quede sin ideas tan rápido.

lunes, 22 de julio de 2019

Día 58

Cotilleos, Mariano Re
22 de junio

De la novela nada de nada. No hay caso. Cada vez que intento ponerme a trabajar en ella empiezo desde el principio. Solo se me ocurren variaciones del principio. No hay manera de que pueda continuar desde donde lo había dejado. Las escenas nuevas que debería estar construyendo se me escapan, se diluyen en el mismo momento en que me siento a trabajar. Por lo tanto, he decidido dejar de pensar en la novela y dedicarme a desarrollar otras ideas que hace rato me están rondando por la cabeza. Sobre todo para unos cuentos. Algo de respiración corta, asmática. Eso es lo mío últimamente (es que me ha atacado una tos bastante importante y no se me va). Creo que es lo mejor para no sentir que me quedo estancado o que empiezo las cosas una y otra vez. A veces ese tipo de obsesiones cansa y no sirven de nada. Es como cuando alguien te dice algo con mala intención y te vas a casa sin haberle respondido nada, pero le das mil vueltas a todo lo que tendrías y podrías haberle dicho, y te pasas así las siguientes horas formulando y fabulando las frases más ingeniosas y certeras que nunca salieron de tu boca en el momento adecuado.
Pero me estoy desviando. Volviendo al tema de los cuentos, hoy por ejemplo me pasé toda la mañana retocando unos cuentos viejos que tenía archivados. Los releí y no estaban tan mal (no sé si está bien que lo diga yo), así que me dispuse a arreglarlos. Digo que pasé toda la mañana pero es mentira. En realidad fueron solo un par de horas. La otra parte de la mañana la pasé en la puerta de calle, charlando con Rosi, la portera del edificio nuevo en el que vivo. Me contó un montón de cosas interesantes sobre los vecinos. Cosas que, en realidad, me decían mucho más sobre quién era ella que sobre quién eran mis vecinos, pero bueno. La cuestión es que me puso al día de cómo están las cosas por el vecindario. Para que me vaya enterando de dónde me metí, me dijo Rosi. "No crea que me gusta hablar mal de la gente", agregó. Y después me advirtió sobre ciertas malas compañías que visitaban a la chica del tercero, y sobre los ruidos extraños que se escuchaban los domingos por la tarde en el segundo piso. No supe a qué se refería con eso de "ruidos extraños", pero puede que lo compruebe más adelante, algún domingo. Así que me entretuve un buen rato con las historias de Rosi. Y hubiésemos seguido charlando si no fuese porque en un momento nos interrumpió mi nuevo repartidor de agua embotellada, con quien yo todavía no tengo ninguna conexión, pero al parecer Rosi sí, porque en seguida me dejó en mitad de una frase y se fue detrás del repartidor, y lo acompañó en su recorrido por todos los pisos y le reía los chistes con unas carcajadas que me parecieron muy desproporcionadas.
De cualquier manera, me alegro de poder ir haciéndome al barrio y a su gente. Estoy seguro de que no pasará mucho tiempo antes de que pase yo también a formar parte de las historias de Rosi. No me extrañaría que ahora mismo estuviese escuchando detrás de mi puerta el golpeteo de las teclas de la computadora y que esté haciendo conjeturas sobre ese ruido extraño que se oye en mi casa. Después, seguramente, se lo contará a otro vecino y ahí sí, definitivamente, pasaré a ser uno más. Y tengo que admitir que eso me reconforta. Es un buen modo de convertirse en personaje.