viernes, 24 de mayo de 2019

Día 51

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24 de mayo

Hace varios días escribí por ahí que creía que últimamente había dejado de copiar a otros para copiarme más a mí mismo. Entonces me acordé de que, en la época que viví en Bolonia, se me había dado por pensar que todo lo que yo escribía era una copia fiel del estilo de William Faulkner. Creía con ingenuidad que muchas de mis frases también eran hermosas, largas y sinuosas, subordinada tras subordinada, como las de el escritor norteamericano. Pero ahora que leo mucho más y mejor a Faulkner, me doy cuenta de que el pobre Faulkner nunca fue una victima seria de mis intentos de copia. Por más que me duela, cuando releo aquellos cuadernos, me doy cuenta de que nada tenían que ver mis frases largas e inconexas con la sintaxis maravillosa de este. Y, probablemente, si Faulkner hubiese estado vivo mientras yo vivía en Bolonia, y yo hubiese tenido la oportunidad de enviarle una carta al escritor norteamericano, diciéndole que siempre lo había admirado y que había intentado copiarlo y, además, le hubiese enviado, junto con la carta, una muestra de mi escritura, fiel copia de su estilo, estoy seguro que Faulkner se habría atragantado con el humo de su pipa y con sus carcajadas, y se habría muerto allí mismo, con mi carta en las manos, de la risa. Menos mal que nunca tuve la oportunidad de hacerle llegar esa carta.
Tal vez no se entienda mucho lo que quiero decir con todo esto. Por suerte para mí, si alguien me preguntase qué he querido decir con esto, podría responderle con una frase del propio William Faulkner quien, cuando en una entrevista le preguntaron sobre qué pensaba de que mucha gente, después de haber leído sus libros hasta tres veces, dijese que aún no los entendía, Faulkner le respondió que deberían leerlos una cuarta vez. Así que ya saben, si alguien no ha entendido después de haber leído esto tres veces, que me lea una cuarta. Y listo.

lunes, 13 de mayo de 2019

Día 50

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13 de mayo
Para escribir, cada uno tiene su método. El mío diría que es el método de lo fragmentado. No es casual. Vivo fragmentado, pienso fragmentado y por lo tanto escribo fragmentado. Vida y ficción se entrelazan. Desde muy chico he tenido una vida fragmentada (o quizá deba decir muchas vidas) y eso se refleja inevitablemente en lo que escribo. Mi escritura, pienso, es un reflejo de los caprichosos fragmentos de mi historia.
Así, cada vez que me siento a escribir en la novela, lo hago no siguiendo desde dónde lo había dejado la última vez sino, más bien, partiendo de alguna idea que había previamente anotado en alguno de mis cuadernos (también me he acostumbrado a fragmentar lo que escribo en distintos cuadernos) o en este diario. Estas ideas, por supuesto, no se corresponden con lo que venía escribiendo hasta el momento sino que pueden ser parte de algún capítulo posterior, que aún no he escrito pero que ya tengo en la cabeza. Por lo tanto, puede que tenga escrito el capítulo uno y luego el nueve cuando aún no he completado el dos o el tres. Es entonces cuando me doy cuenta de que la ficción termina siendo exactamente como la vida, una serie de fragmentos sueltos, atomizados, que giran en torno a una idea principal (aunque nunca fija) y que uno no puede hacer otra cosa que ir uniendo estos fragmentos en una especie de patchwork bastante frankensteiniano (y por lo tanto muy romántico), hasta finalmente, con un poco de suerte, tener algo que se parezca a un todo, a una novela o a la vida misma.

jueves, 9 de mayo de 2019

Día 49

















9 de mayo

Escribe Foucault: "más de uno, como yo sin duda, escribe para no tener ningún rostro". De esta afirmación obtengo un inmediata respuesta mental: la tensión - cada vez más arraigada en mí - entre, por un lado, adherir sin condiciones a la idea del filósofo francés y reafirmarme en mi posición de escribir "para no tener ningún rostro", y por otro, en cambio, someterme a la inseguridad y perseguir la línea cada vez más dominante de que lo escrito no vale nada si no se le pone un rostro. Face o no Face, esa parecería ser la cuestión.

miércoles, 8 de mayo de 2019

Día 48














8 de mayo

"En la literatura se sabe lo que no se quiere hacer, porque lo que sí se quiere hacer no siempre resulta logrado al escribir. En cambio, la negatividad nos permite escribir desechando todo lo que no nos interesa".
Ricardo Piglia Los diarios de Emilio Renzi. Los años felices.

viernes, 26 de abril de 2019

Día 47

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26 de abril

Muchacha desnuda sentada en el olvido
                                   
                                           A Alejandra Pizarnik

Sentada desnuda,
tus pies descalzos no llegan al suelo,
tu pelo revuelto es lo único que cubre una parte de tu cuerpo.
Un cigarrillo, eterno apéndice de tus labios, alza un muro de humo
que esconde tu mirada lúcida, sombría.
Tu voz ronca se disimula detrás del deseo de las palabras
o de las palabras del deseo y a lo lejos te veo
y te grito ¡Alejandra!
Y vos, desnuda, desde el olvido,
levantás una mano
y me saludás.

martes, 2 de abril de 2019

Día 46

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2 de abril

Me gusta la idea de perder el tiempo para volver a encontrarlo. Es algo que me pasa seguido. Voy dejando el tiempo en cualquier rincón y después no me acuerdo dónde. Pero sucede que, pasados unos días o a veces semanas, de repente, lo encuentro. Como hoy que por fin encontré un poco de tiempo, como quien encuentra 10 euros, arrugados y mezclados con pelusa, en el fondo del bolsillo de un pantalón que hace rato que no se usa, y aproveché para usarlo en escribir estas líneas que no son mucho pero son algo.
Lo aprovecho para escribir que este último mes he perdido un montón de tiempo. Pero no me preocupa. Es algo normal cuando uno cambia de casa y de ciudad y tiene que pasarse mucho tiempo dando vueltas por el nuevo barrio para encontrarlo todo (no solo el tiempo). Nuevo supermercado para hacer la compra, nueva panadería, nueva plaza con un rincón para leer, nuevo bar al que ir a escribir.
Esto último no tan fácil. Hasta que uno da con el lugar indicado pasa algún tiempo. Y es que el sitio tiene que reunir ciertos requisitos fundamentales. La combinación justa de ruido y calma. La mesa con la luz indicada. La corriente de aire precisa para no morir de pulmonía pero tampoco terminar asfixiado por los vapores de la máquina de café. Hasta ese momento perdemos mucho tiempo que se va quedando por ahí y que nunca recuperaremos. Pero no puedo negar que toda esa búsqueda de nuevos lugares donde también se perderá nuestro preciado tiempo me atrae. Tiene algo que no puedo explicar, como lo tienen la mayoría de las cosas que me gustan. Quizás por eso me muevo tanto ¿quién sabe?

lunes, 11 de marzo de 2019

Día 45

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7 de marzo

En las últimas semanas he tenido la oportunidad de comprobar que una mudanza podría perfectamente acabar con la vida de uno. Se corre el riesgo de terminar fragmentado, atrapado, cuidadosamente empaquetado en una de las demasiadas (muchas más de las que se había previsto) cajas de cartón, etiquetadas con marcador negro.
Lo que es seguro es que dentro de esas cajas y bajo esas etiquetas con pretensiones categorizantes, siempre, sin excepciones, una parte de nuestra vida desaparece. Así, sin más, se esfuma a pesar de todos nuestros esfuerzos por compartimentar y clasificar del modo más concienzudo nuestro pasado y presente para transportarlo hacia un futuro incierto.
Todo esto me ha llevado a pensar que una mudanza es en realidad una actividad de lo más postmoderna, en la que uno deconstruye su vida hasta el momento para luego intentar reconstruirla. 
Es esa nueva construcción/organización de las cosas la que pone en evidencia que lo que hasta ahora se presentaba como realidad objetiva no sino una parodia. 
Porque al la hora de desempaquetar nos damos cuenta de que todo aquello que tanto sentido parecía tener a la hora de etiquetar las cajas, ahora no es más que pura palabrería que en nada representa el contenido. Y así, nos encontramos un cepillo de dientes dentro de la caja que lleva escrita la enigmática frase "utensilios de cocina más a mano" y el destino de ese pobre cepillo puede acabar siendo el estante de la alacena, junto al café o el arroz, o el escurridor de los cubiertos. 
Lo único que podemos sacar en claro es que todo lo que hasta ahora ha sido ya nunca volverá a ser, o lo que es peor, nunca realmente ha sido. 
A partir de ese momento comenzamos a aceptar con sumisión que mudarnos no es simplemente cambiar de domicilio, sino más bien dejar cosas atrás, como la serpiente que muda su piel y abandona esa funda escamosa para continuar su camino. Así, nosotros también abandonamos, resignados, ciertas cosas (cosas que creíamos que habían estado allí en nuestra vida anterior), cosas que ya no están (como aquellos zapatos que estamos seguros que habíamos guardado dentro de la caja que lleva escrito precisamente "zapatos" en letras grandes y negras) y nos cuestionamos si alguna vez han estado o si han sido producto de nuestra imaginación creadora.
En fin, supongo que sólo es cuestión de asumir que nuestra vida tal y como la conocíamos desaparecerá en la mudanza. Eso si tenemos suerte y no desaparecemos nosotros por completo.